[ARTICULITO 0-IV] ¿Un cuento sobre la economía? Parte IV

Las máquinas y la maquinización del trabajo.

La fetichización del trabajo, es decir su transmutación en mercancía, facilita la aparición de las máquinas, aparición que cual epifanía trae consigo grandes promesas de beneficios para la humanidad que pretenden justificar todo este lío. Sin embargo, la realidad es que las máquinas (que ya no solamente están en todas partes, sino en todos y cada unos de los procesos y etapas de la vida actual) nunca alcanzaron a cumplir esas promesas de redención, pues no solo no han acabado con la pobreza, el hambre, la desigualdad, la vida reducida a una simple lucha por la supervivencia, sino que ni siquiera han suavizado los trabajos más duros o reducido el tamaño de la jornada laboral. Por el contrario, por mucho que las máquinas fabriquen cada vez más productos no han resuelto nada en la vida laboral concreta. De hecho ahora sufrimos más estrés, la calidad de nuestras condiciones de trabajo es cada vez peor y la inseguridad laboral es mayor, como mayor es cada día el temor a perder el trabajito que tenemos. Es decir en lugar de las máquinas trabajar para nosotros, resulta que somos nosotros los que trabajamos para mantenerlas, ya que ellas realmente se han convertido esencialmente en instrumentos para facilitar el ciclo de circulación y maximización del beneficio y no para facilitar la vida del trabajador. 

Una interesante propuesta que muestra esa tendencia de las sociedades de mercado, altamente tecnologizadas, a utilizar las máquinas de manera que nos esclavicen en lugar de liberarnos, la podemos encontrar en la primera de las películas de la saga Matrix (1999) sobre la cual hablaremos, en lo que sigue, en varias ocasiones. En ella, cuando las máquinas han decidido dominar a los humanos por las constantes estupideces que cometen (crímenes, guerras, etc.) y descubren que las personas no pueden soportar esa falta de libertad, crean una realidad virtual que proyectan en sus cerebros, que les da la ilusión de la vida deseada. Ya Aldous Huxley había hecho una profecía similar en su novela «Un mundo feliz».Y antes Marx había afirmado que «Las máquinas son el poder al que tenemos que sucumbir» y, decimos nosotros, no solo como trabajadores, también como propietarios. La aparición de las máquinas nos obliga a elegir entre someternos a ser parte de la cadena o a quedar definitivamente excluidos del mercado laboral (recordemos siempre que el “mercado laboral tiene dos componentes auto-excluyentes: el capitalista que solo compra trabajo y el trabajador que unicamente puede venderlo). 

Lo cierto es que en una sociedad así establecida irán desapareciendo muchas cosas, aun el concepto mismo de valor de cambio que comienza a ser sustituido por el más simple concepto de «funcionamiento» (pensemos que según lo que venimos diciendo, «la maquina es el poder…» y por ello, ya el asunto no es tan sencillo como una simple relación de cambio, pues de intercambio dejó de serlo hace mucho ya). Situación que puede acabar desapareciendo a la sociedad de mercado misma, pues en una sociedad sin personas, o en un mundo donde las personas hayan perdido el control de su mente (como en Matrix) los conceptos de mercado y valor de cambio y algunos más, estarían fuera de tiempo y de lugar. 

Y es que a la persona se le puede sustituir muchas de sus partes (una pierna, el estómago, hasta el corazón o el cerebro) pero existe una (sea la que esta sea), que si se le toca dejará de ser persona. Y entonces la sociedad sería más bien un complejo sistema cibernético o más bien una cierta colmena, lugares donde la mayoría de los conceptos, específicamente sociales y económicos, carecerían de sentido. 

El sueño dorado de cualquier empresario, ambicioso como es normal que sean, pudiera ser un ejercito de androides trabajadores, pues nunca exigirían nada (más allá de los requerimientos técnicos), no tendrían problemas psicológicos, no necesitarían vacaciones, no tendrían opinión y menos requerirían leyes o sindicatos. 

Pero contradictoriamente, el asunto es que es imposible reducir totalmente los humanos a máquinas por muy productivas que ellas sean, como lo sueñan los controladores del ciclo superior de la maximización del beneficio. ¿Por qué? Bueno, simplemente porque si esto pasara, los productos dejarían de tener valor, dejarían de ser mercancías, pues dejarían de ser productos del trabajo. Un ejemplo simple, un celular de muy última generación vale mucho menos ahora que es producido en una cadena automática que cuando lo hacían personas. 

Hoy, todavía, es imposible sustituir completamente a los humanos en el proceso del trabajo. En parte porque todavía los humanos manejamos y fabricamos a las máquinas, las mejoramos, creamos nuevas y si bajan mucho los precios de las mercancías y corremos el riesgo de perder dinero en el proceso, dejamos de fabricarlas, comprarlas y hasta de usarlas. 

Lo cierto es que en la sociedad de mercado, mientras peor se ponen las cosas, cuanto más fuerte es la crisis y más empresas cierran, más se equilibra la rentabilidad de los negocios que sobrevivan. Pero dicha rentabilidad solo será posible mantenerla si cuenta con el apoyo de la banca y la protección del Estado. Se necesitará para ello, entre otras medidas de apoyo al capital, de la condonación de deudas impagables (por cierto, y como es de esperar, deudas de los grandes propietarios, pues las de la gente común se pagan y hasta con sangre), y qué como ya hemos visto, son nominales, pues se habían hecho con hipotéticos beneficios futuros y no con riquezas realmente existentes. Pero esto solo será posible si los poderosos se sublevan y exigen, hasta por la fuerza, esas políticas de protección que necesitan para sobrevivir y a través de guerras obligan al sistema a ir en la dirección que los salve, aun cuando ese sea el camino de la destrucción de la vida. La otra opción posible, pero por supuesto nunca será considerada por el capital, es la aparición de una revolución social que elimine de raíz y definitivamente el sistema capitalista y cree una sociedad justa basada en la convivencia y la solidaridad y no en barbarie del capital, cosa que solo podrían hacerlo la clase, consciente, de los trabajadores, dueños de la única fuente real de riqueza, el trabajo humano. 

Seguramente, en todo lo leído, han notado que hablamos con cierto tono abstracto del Estado y no hemos nombrado a ningún estado en particular, el de USA por ejemplo. El asunto es que creemos que ya el poder es completamente global y los estados-naciones son simples operadores del verdadero poder y los presidentes (Trump, Putin, Merkel y etc.) simples empleados de eso que llamamos el Estado, en aparente abstracto. 

Resumamos hasta aquí. La civilización, su condición de existencia en términos del capital, aparece cuando las personas organizadas en sistemas sociales producen herramientas y máquinas, las cuales teóricamente los liberan de muchas tareas o les facilitan otras que sin ellas serían impensables. Teoricamente, decimos, n libera de tareas que nos limitan para que puedamos dedicarnos a tareas realmente humanas. Pero el asunto es que esas máquinas y herramientas, han pertenecido y siguen perteneciendo, exclusivamente, a una pocas personas que las usan para obtener beneficios privados, individuales y de ninguna manera para resolver necesidades y problemas comunes, mientras que la mayoría de nosotros, que nunca seremos propietarios ni de máquinas ni de nada, solo podemos vender nuestra fuerza de trabajo, único bien que tenemos. De esta forma las máquinas terminan siendo los jefes de todos, de los propietarios, que dependen de ellas para mantener el estado de cosas y de los trabajadores que dentro del sistema carecemos, completamente, de alternativas. 

Los mercados: de explotados a excluidos. 

El mercado es, sin duda, una estructura no solo útil sino indispensable para todo aquello que sea una mercancía. Ya lo hemos dicho mucho, en una sociedad humana hay realidades que no pueden convertirse en mercancías sin que se produzcan grandes y terribles distorsiones. 

Pensemos, con más cuidado, en esa categoría que llamamos «el mercado laboral». En estos días leí a un funcionario del gobierno español diciendo que es falso que en España exista paro (así llaman allá al desempleo), decía él que cuando un agente inmobiliario se queja porque no puede trabajar pues no puede vender ni una sola casa, él le responde: «te la compro en 10 euros y si él se niega, significa que no es que no se pueda vender sino que él no quiere hacerlo». Así, la discusión en la desarrollada Europa no es sobre si hay o no empleo, sino solo sobre una diferencia respecto al valor de cambio, es decir es un problema de funcionamiento. Y así es que comienza a aparecer eso que podríamos llamar ya, sociedades-mercado. 

Esa argumentación se basa, desde la óptica del «primer» mundo, en aquella premisa básica y clásica de que «al bajar el precio de la oferta aumentará la demanda», lo cual debería leerse como que el trabajador (y los pequeños empresarios), como contribución a la solución de la crisis, debe aceptar cobrar poco y tendrá garantizado, así, que habrá más empresas que lo contraten. Supuestamente esto es algo que debería funcionar para cualquier producto, como lo afirma el liberalismo clásico y reafirma el neo-liberalismo, pero es un asunto que no funciona para casi nada y menos para el llamado «mercado laboral». El asunto en la sociedad-mercado, como los países de la desarrollada Europa, una disminución del costo de los salarios termina leyéndose como una falta de actividad económica cosa que le sugiere a los empresarios que ni aun contratando por ese ridículo salario se podrán vender los productos elaborados. 

Pero hay que tener en cuenta dos cosas. En las sociedades con mercado, éste tenía una dimensión reducida, casi dialogal, pero en las actuales sociedades-mercado, la condición del mundo “desarrollado” actual, la sociedad toda, en cada una de sus instancias y estructuras se convierte en una parte anónima del mercado, donde un grupo muy reducido de personas tiene el poder (todo el poder), grupo en el cual nadie controla a nadie, aunque cada uno sabe que para sobrevivir debe hacerlo. Pero además es una maquinaria que funciona solo si se alcanza, constantemente, la real maximización del beneficio. Por lo tanto que el trabajador pueda sobrevivir o no con la miseria que se le paga, no es un problema desde ningún punto de vista, de hecho el que no pueda hacerlo y perezca en el intento más bien favorece las cosas pues reduce la presión sobre el mercado. Recordemos lo que un representante del poder económico en USA afirmó hace poco: «el mundo sería completamente viable con tres mil quinientos millones de habitantes». Lo que quiere decir que para la sociedad-mercado no es que existan problemas económicos de producción o distribución, sino que simplemente sobran cuatro mil y tantos millones de personas de los cuales habrá prescindir en un plazo coherente. 

Pero existe además otra arista del problema. El mercado, que en este caso es la sociedad toda ya que en ella absolutamente todo es mercancía, funciona en base a dos factores, eso que hemos llamado confianza y el control, pues como las operaciones son todas a futuro y seguirán siéndolo y por ello todas las grandes operaciones industriales o comerciales son hechas con dinero traído del futuro, la «confianza» es fundamental pero también lo es que el “control” de la operación este totalmente garantizado, de forma tal que sean los dueños del mercado mismo, los únicos que puedan determinar dirección y destino de dichas operaciones. El control, por razones vitales, ya lo decía hace tiempo el viejo sátrapa de la dinastía Rothschild, debe garantizarse siempre, pero ¿cómo hablar de «confianza» en un mundo donde los únicos valores son mercancías que deben competir hasta acabar con cualquier atisbo de confianza razonable? 

El beneficio solo puede existir si el nivel de demanda de mercancías es consistentemente alto (en comparación a los niveles de inversión), es decir cuando el ciclo de circulación de las mercancías esta maximizado, pero la cuestión es que cuando esta demanda está remitida a futuro (como ya hemos hablado) eso nunca puede saberse, todo resulta ser una suerte de lotería, condición en la que es muy difícil predecir resultados “confiables”. Los empresarios, especialmente la mayoría de ellos que son los pequeños, están bajo la dictadura de las expectativas grupales y puede ser que aun bajando la oferta (el salario, por ejemplo) se reduzca la demanda (la existencia de salario) en lugar de aumentar. Eso es lo que suele pasar en eso que llamamos crisis. 

Y todo eso sería menos preocupante si esas dichosas crisis, fuesen, como lo sugiere la palabra misma, fenómenos raros que surgen de vez en cuando, como podría ser un terremoto, pero el hecho es que resultan ser un fenómeno que es inherente y frecuente (y hasta inevitable) en la sociedades-mercados, entonces hay motivos de verdadera preocupación. 

Pero para completar el problema, lo mismo o muy parecido ocurre en todos los ámbitos de la sociedad donde, insistimos, el mercado es la sociedad y la sociedad es el mercado. Pensemos brevemente y para terminar esta parte de la discusión en el «mercado monetario». 

Ningún empresario invierte su propio dinero, para invertir siempre recurre al préstamo, entre otras cosas porque estos son los únicos “dineros” que están protegidos por la ley, quizá para obligar a mantener activo el sistema bancario de extracción de valores a futuro. En general, el precio del dinero es el interés que se paga por él. La premisa indicaría que si el dinero es barato (es decir, si bajan los tipos de interés) mas prestamos podrían pedirse. Pero no ocurre así, pues una bajada significativa de los tipos de interés se traduce, de nuevo, en una señal de que la economía está débil y cualquier empresario serio debe dudar inmediatamente en invertir. Solo si muchos empresarios pidieran, simultáneamente, préstamos, se crearía la «sensación» de confianza en la actividad de la economía. Pero el asunto es que la mayoría de los empresarios están más bien ocupados de defenderse de los otros empresarios que de los embates del mercado. Otra vez es un asunto de “funcionamiento” adecuado.  

Pues en esta sociedad de mercado, el trabajo alienado, transmutado en mercancía y el dinero son los engranajes indispensables para que el motor funciones suavemente. Pero en la sociedad-mercado ellos no funcionan como engranajes que suavicen los procesos, sino más bien cómo demonios que los embrujan, esencialmente porque se diferencian radicalmente al resto de las mercancías y de los empresarios, que vienen a ser a su vez, una especie de super-mercancías. (Seguramente ya se habrán dado cuenta de que en esta categoría de “empresarios” no estamos incluyendo al bodeguero del barrio, sino más bien a los socios del Club Bilderberg, los del G20 son más bien sus empleados). Estos señores odian tener empleados y de la misma manera odia tener que pedir préstamos. Pero sobre todo odian no poder, bajo ningún concepto prescindir de ninguna de esas dos mercancías, que los someten a unas relaciones de poder que preferirían no tener. En ninguna sociedad, como en la que es simplemente mercado, funciona tan bien la máxima de que «el pez grande se come al pez chico». El asunto es que los verdaderamente grandes son cada vez menos y ya casi no les queda otra, que empezar a comerse entre ellos (pensemos en los dueños de Rusia, China, USA y Europa, por ejemplo). 

Mientras tanto la situación del pueblo no propietario, el 99% según estadísticas actuales, es realmente terrible, pues se parece cada vez más a la de un Fausto que no logra convencer al diablo que le compre su alma ni siquiera bajando radicalmente su precio de venta. 

Si pensamos en situaciones de mercado como los segmentos petroleros o financieros las cosas se complican aun más pues en cada momento se manejan cada vez más intereses de poder y cada vez más el lío se reduce a simples asuntos de “funcionamiento” de los ciclos de maximización de los beneficios. Pensemos por ejemplo en un dato que da luces sobre el especial el interés del poder sobre Venezuela: USA posee reservas de petroleo que no superan el 5% del volumen de reservas de PDVSA. El asunto es que ahí todo funciona igual, simplemente los ciclos de circulación deben maximizarce, aunque todo lo demás se minimice hasta desaparecer.  

Hasta donde estamos, en esta historia, pareciera que no hay caminos. El asunto es que estamos obligados a encontrar alguno, para ello necesitamos mantenernos enfocados en la pregunta desde la cual partimos, e intentar aunque sea por aproximación respuestas: ¿por qué existen tantas y tan absurdas desigualdades entre las personas? Quizá una puerta para empezar a encontrar caminos es dejar de ver las cosas desde visiones mecanizadas en sentido contrario al que hace el capital, visiones que también conducen a formas de fetichismo. Recordemos aquella frase del Che: «El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa». Seguramente, por ahí puede haber un camino, una visión ética del rollo.  

Sin duda nos quedan algunos elementos para analizar antes de intentar concluir. Nos vemos en el siguiente artículo que ya debería ser, el final de esta parte.

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