[ARTICULITO 0-V] ¿Un cuento sobre la economía? Parte V.

La imagen es una foto de hace años de la Laguna Negra en el Páramo de Mucubají.
Intenta mostrar que a pesar de toda la tontería actual y toda la superficialidad presente, siempre habrá un lugar hermoso donde descansar la mirada.

Un monstruo que se devora a sí mismo.

El ouroboros (también uróboros o uroboros) es un animal con la forma de una serpiente que se devora a si misma por su cola, y que aparece en las más diversas culturas. De alguna manera propone el hecho positivo del ciclo eterno de las cosas, del esfuerzo, de la lucha eterna de un ciclo que vuelve siempre a comenzar a pesar de las acciones para impedírselo, una imagen del mito del eterno retorno. Pero también representa la imagen del esfuerzo inútil de repetir una acción que solo conduce a si misma, sin ninguna alternativa. En la parte anterior de este cuento ([ARTICULITO 0] ¿Un cuento sobre la economía? Parte IV) mostramos una caricatura del ouroboro del mercado, que come lo que el mismo defeca, como un símbolo de que se come y se defeca a si mismo eternamente. Hablaremos un poco aquí de ese asunto, pero ya no situado en una visión que pudiera ser positiva, más bien en la visión del monstruo que se destruye a si mismo, con el agravante de que, en este caso, el monstruo no es un algo particular, sino, como ocurre en la sociedad-mercado, lo es todo, el todo.

De lo que hemos dicho hasta ahora, la aparición de las economías de mercado (y su trasmutación degenerada actual, la sociedad-mercado) va unida a la conversión total, en este último tipo de economías, de los valores inmateriales en valores de cambio. Situación que produce, simultáneamente, volúmenes inmensos de riqueza completamente privatizados, contrastados con la aparición de una depauperación indeteniblemente crecientes de las grandes masas poblacionales, además de poner el planeta, todo, en la senda de la destrucción ecológica.

Pero surge otra complicación adicional, y es que, a consecuencia de esta destrucción, los valores de cambio crecen todavía y cada vez más. Sin ninguna duda, los bosques que se queman o las especies que desaparecen no representan ya ningún valor de cambio. Pero si lo tiene, y mucho, el combustible que se gasta en los vehículos necesarios para apagar los incendios, los equipos altamente especializados y muy costosos especialmente diseñados para tales fines, los sueldos de los especialistas que conducen y/o diseñan esos equipos y los que generan los voluminosos informes y toda la infraestructura indispensable para reconstruir las estructuras dañadas. En el área de las especies en extinción, y de otros aspectos de la ecología aparecen, igualmente, volúmenes importantes de informes y propuestas complejísimas que nunca resuelven casi nada, salvo que sirven para aumentar la velocidad de circulación de los ciclos del beneficio. Lo mismo pasa en cualquier otra área, las culturales o las deportivas por ejemplo, que generan, solamente en anuncios publicitarios volúmenes de dinero no imaginables, sino también, por ejemplo, en las industrias farmacéuticas que se dedican a producir fármacos, muy costosos, para ayudar a los deportistas en el sobreesfuerzo que deben realizar para alcanzar los records que se esperan de ellos. Igualmente ocurre en el cine, teatro, danza, literatura, etc. Es decir, la imagen perfecta del monstruo que se alimenta con lo que defeca.

El gran capitalista (grande por el volumen de sus riquezas y no por su grandeza) Rupert Murcloch dijo en una ocasión, «si menosprecias la inteligencia del público nunca perderás dinero», evidentemente era alguien que entendía muy bien la economía. Pues desde la visión de la sociedad-mercado, para maximizar los valores de cambio de los productos es necesario que se menosprecien los valores experienciales e inmateriales: Así, el beneficio (elemento que debemos nombrar por su nombre: Plusvalía, Articulito 06: Ganancia y Plusvalía) se convierte en un poder único y absoluto.

Y todo esto lo paga esencialmente la naturaleza. Actuar únicamente con arreglo los valores de cambio destruye el hogar materno, la pacha mama.

En este sentido es muy diciente la evolución de la palabra griega “idiotes”, que en su origen significa “individual”, pero que ha terminado significando “imbécil”. Es un modo de plasmar que lo que ha llevado al planeta a la situación actual al borde del desastre, ha sido la privatización y conversión en mercancía de todo, la privatización de la tierra, el predominio del interés privado sobre el beneficio colectivo y el triunfo de los valores de cambio sobre los valores inmateriales.

Pero la estupidez suprema de las minorías dominantes se manifiesta en que para ellos la solución sigue siendo, y seguirá siendo cada vez más, más mercado, cada vez más privatización. Por ello argumentan que si toda la tierra del planeta fuese de unos pocos no estaría tan maltratada, que si toda la riqueza natural, incluido el aire que respiramos, fuese mercancía nos veríamos obligados a no desperdiciarlo. Pero, por supuesto, no dicen nunca que la privatización total de los recursos naturales pone el destino del planeta, de la vida, en manos ese 1% que tiene las cosas como están, y que además todos los demás, apenas el 99%, simplemente sobramos.

Todos los mamíferos existentes desarrollan un lógico equilibrio con el hábitat, bueno, todos los mamíferos menos los humanos, el único organismo del planeta que sigue el mismo patrón de conducta que los virus. La diferencia es que los virus son una enfermedad natural (aunque algunos no lo son tanto, pues han sido creados por la estupidez humana con fines mercantiles) y si son tratados de manera adecuada pueden hasta ser controlables.

“Los humanos son una enfermedad, son el cáncer del planeta. Son una plaga”. Pero esta frase tiene en Matrix, la película, un sentido completamente distinto, pues allí quienes hablan de ese modo son los policías-máquinas, para justificar no una revolución contra la estupidez humana y contra el capitalismo, sino más bien un golpe de estado de muy extrema derecha para la entronización definitiva del sistema que ellos defienden. Si uno mira con cuidado la cantidad de peleas, puñetazos, disparos y demás escenas de violencia brutal de la película, pareciera que constituyen la verdadera “pastilla azul” que recompone la vida agradable al pueblo estadounidense de la sociedad-mercado, el “verdadero” sueño americano.

Las tres posibilidades concretas de las que hemos hablado, la maquinización de la humanidad, la exclusión definitiva (incluyendo la eliminación “ética” de casi todos ) y la destrucción del planeta, tienen una raíz común, que es el sentido que toma el dinero en una sociedad que es solo mercado y donde todos los valores se reducen a simples valores de cambio.

Ya desde la sociedad con mercado, cuando comienzan a uniformarse los valores (aquello de que “cómo me ofreces cuatro gallinas por este saco de papas si el compadre Juan me ofreció seis…”), aparece un producto que sirve de medio de cambio, de intercambio es ese momento, fácil de manejar y de guardar y que además fuese aceptado por todos. Pero la aparición de esa especial mercancía introduce un elemento muy particular en la relación de cambio, en el intercambio en las sociedades con mercado, cada transacción suponía, a la vez, una compra y una venta, pero cuando aparece una unidad de cambio formal, con valor en si misma, eso ya deja de pasar: entonces, uno solo compra y el otro solo vende.

Con la introducción del dinero se crean nuevas y grandes “oportunidades”, como la posibilidad de ahorrar y de prestar. Pero simultáneamente grandes peligros y amenazas.

Ya no circula el excedente, lo que circula es el dinero y ocurren cosas como ésta, si hay dinero insuficiente con relación al resto de las mercancías, entonces sube el valor de cada unidad monetaria, lo que equivale a un descenso del precio de las mercancías (deflación), mientras que si hay exceso de dinero, entonces el dinero se devalúa y el precio nominal de los bienes sube (inflación) Pero lo interesante es que la simple expectativa sobre deflación o inflación y por lo tanto sobre el nivel de precios, hace subir o bajar el costo del dinero (los tipos de interés). Pero además en tiempos de crisis estos mecanismos aparentemente de origen administrativo se convierten en armas políticas (o quizá lo habían sido siempre y no habíamos querido notarlo). De esta manera los propietarios de la gran banca, responsables finales del funcionamiento de los ciclos de circulación, manipulan a su antojo y crean ciclos inducidos de inflación o deflación o de cualquier otra cosa que se les ocurra y les convenga (estanflación por ejemplo, que es estancamiento de la economía con fuerte inflación) para garantizar que el mango de la sartén nunca se les resbale de las manos. Hace tiempo que esos señores descubrieron que pueden obtener fabulosos beneficios de las crisis, uno de ellos y brutalmente importante la concentración extrema de capitales, y entonces aprendieron a crear crisis, de todo tipo, burbujas inmobiliarias, primaveras árabes, revoluciones de colores, balkanizaciones, Al Quaeda, Daesh, Torres gemelas e interminable lista de etcéteras, para mantener su poder, así el mundo se vaya al carajo. Actualmente se manipula con eso que llaman expectativas, simplemente y sin hacer nada, salvo a nivel publicitario, se anuncia que mañana, o la semana que viene, tal precio va a subir o tal producto va a faltar o tal economía va entrar en quiebra. Y sin hacer nada más, como por arte de magia, las cosas ocurren según lo pronosticado.

El asunto, y es una cosa que la mayoría de los sacerdotes de la economía, de un lado y del otro, se niegan a aceptar, el dinero dejó, hace mucho, de ser un medio de intercambio.

Desde la antigüedad, algunos bienes han funcionado como unidades monetarias, especialmente aquellos, que como ya decíamos, son resistentes, fáciles de transportar y almacenar, relativamente escasos y con importante valor de uso. Esos bienes han sido casi siempre metales. Posteriormente, y para no tener que cargar, de allá para acá, con sacos de monedas, sus poseedores extienden una factura de papel, garantizando que aquellas monedas, que él tiene guardadas, ya no le pertenecen a él sino al compadre que le vendió la vaca. Así nace el papel-moneda. Supuestamente ese pedazo de papel requiere de alguna forma de validación. Así aparece el Estado, con todo su triple aparato, ideológico, administrativo y de control (léase “represivo”), el cual además de regular la circulación del dinero aprovecha nuevas formas de acumulación, los impuestos, por ejemplo.

Aunque es importante que, estrictamente hablando, entendamos que el dinero no nació para facilitar transacciones sino para registrar deudas, que son casualmente y siempre las deudas de los débiles con los poderosos. Esto hace que el dinero se convierta de por sí, en un instrumento político y se vincula inexorablemente a las deudas y los impuestos desde su “feliz nacimiento”. En la sociedad-mercado el dinero es un instrumento inevitable y poderosamente político y lo es tan fuertemente que controla todos los otros ámbitos de la política. Y los controla a su antojo, sin importar leyes ni nada que se le parezca.

[Carl Von Clausewitz decía en 1832 que: “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios.” (¿En qué consiste la guerra?, en “De la guerra”). A raíz de todo lo que hemos estado discutiendo, se nos hace innegable que la economía es esencialmente la política llevada, también, por otros medios, y por una simple deducción transitiva, la guerra vendría a ser la continuación de la economía gestionada con otros medios. Y en la sociedad-mercado, donde la economía es el mecanismo de control absoluto de la política, toma sentido nuestra afirmación del principio de la “economía”, como única religión global, es al mismo tiempo la más exquisita arma de destrucción masiva que se le pueda haber ocurrido a la estupidez humana].

Todos los intentos de crear formas monetarias no politizadas (supuestamente neutras), como el bitcoin por ejemplo, son rápidamente controlados y sometidos a la voluntad del dios dinero, dios que es simultáneamente y sin sorpresas, estiércol del diablo.

Ya lo hemos dicho, pero lo repetiremos cada vez que necesitemos hacerlo. En cada oportunidad que el poder necesita grandes cantidades de dinero para alguna obra gigantesca, y que generalmente solo sirven para iniciar nuevos ciclos de circulación, como una represa muy grande, un gran canal interoceánico, un viaje a Marte, una guerra grande, etc. se extrae ese dinero del futuro. Original, e ingenuamente, además, se pretendía que el dinero circulante fuese proporcional a la cantidad de oro depositado en los bancos, pero desde mediados del siglo pasado y por razones, otra vez, completamente políticas, el estado se dejó de eso y ahora se imprime, sin ningún rubor, todo el dinero que se necesite para “crear” las riquezas que convengan al poder.

Resumimos reiterando que en las sociedades-mercado (casi todo el primer mundo actual, sociedades profundamente inestables, por cierto), los intercambios de mercado, es decir la conversión de todo en mercancías que se compran y se venden, es la forma de vida, la única forma de vida.

Esto hace que el dinero tome su definitiva forma de actor político, pues pasa a ser el elemento que sirve para intentar controlar que los ciclos del capital (perversos y degenerados) no se lleguen a salir de control. Solo en una sociedad sin mercado, o mejor una sociedad donde solo se produzca bienes de uso, es decir valores que solo resuelvan necesidades, podría no ser político el dinero. Pero en una sociedad de mercado, o en su perversión definitiva, la sociedad-mercado, lo es inevitablemente. Y por serlo será el instrumento del que, inevitablemente, se valga el poder para mantenerse. Ese papel cambiará solo si desaparece la sociedad-mercado, es decir si la sociedad del trabajo social absolutamente objetivado se rompe y se regresa a una sociedad del ser humano vivo y por lo tanto del trabajo comunitario, vivo en si mismo también…

Y entonces, finalmente ¿Por qué existen tanta desigualdad?

Reciente informes, disponible en internet, hablan de que el 1% de la humanidad, es decir algo así como 70 millones de persona, un poco más de dos veces la población de Venezuela, poseen mucha más riqueza que el 99% restante. Es decir, vivimos en un sistema de horrorosas desigualdades donde millones mueren cada día para que unos pocos vivan muy bien. Los sacerdotes de la única religión global, los economistas, parece que creen que solo hay una salida, la realidad virtual. Realidad que crean y usan cada vez que se les ocurre. Se inventan escenarios con la facilidad con que un niño inventa sus fantásticas mentiras. Nos dan constantemente la “píldora azul” de Matrix para que veamos una realidad virtual ya hecha absolutamente necesaria, mientras que la “píldora roja” (¿el color escogido será casual?) nos haría ver la realidad real, cosa verdaderamente insoportable.

Estos serían algunos de los elementos que veríamos:

  • los humanos estúpidamente esclavos de una maquinas inventadas para que supuestamente les sirvieran
  • pero, además, esclavos del mercado, peor aún, elementos impersonales e inhumanizados de esos mercados
  • humanos que han construido la sociedad creando frankesteins, criaturas que se les escapan, o faustos que ya no pueden vender su alma al diablo o porque no tienen nada que vender o porque a éste ya no le interesa comprarla
  • humanos que creen que la felicidad está detrás de una vitrina del mercado y que corre constantemente a comprar cosas que solo los llenan de vacío
  • humanos que crean sociedades basadas en la maximización del lucro que no solo son inevitablemente injustas sino consiguientemente ineficaces
  • humanos que se hacen así, virus idiotas que destruyen el único organismo del cual pueden vivir, la madre tierra, y finalmente,
  • como en cualquier película distópica, todo aquel que intenta enfrentarse a ese estado de cosas e intentan, al menos, decir la verdad, es exterminado por ser terriblemente peligrosos para el poder.

Ya ni siquiera la “píldora azul” puede controlar tanta realidad. La publicidad, suministradora de dicha píldora y por ello tan omnipresente en nuestras vidas, se esfuerza para hacerlo. Pero todo parece indicar que en los próximos años todo empeorará (algunos hasta dudamos de que puedan existir “próximos años”). Y cada vez la realidad virtual se hace cada vez más una necesidad perentoria, por la cual cualquiera de nosotros “pagaría” cualquier cosa.

Esta es, sin dudas, una visión del futuro completamente apocalíptica, distópica, pero terriblemente y definitivamente real. La globalización total del mercado capitalista, hasta el punto de que la sociedad está pasando de una sociedad de mercado a una sociedad que es mercado en si misma, conduce inevitablemente a ese caos. Si por ejemplo en los años 20 del siglo pasado, el Estado hubiese impedido a los bancos crear nuevo dinero de la nada, no hubiera sido posible el milagro industrial que cambió el mundo y el capitalismo se habría estancado. Pero al dejarlos actuar, se fabricó tanto dinero nuevo que el mundo estalló en la crisis del 29, la Gran Depresión, que arrastró al mundo a la barbarie. Claro parte de ese problema se resolvió generando una gran guerra intracapitalista que eliminó más de 100 millones de personas y reactivó todos los mercados. Sin embargo, desde ese momento hasta ahorita el mundo ha estado en constantes crisis y en permanente guerra (la economía y la guerra, recordemos…), guerras que por cierto no han sido contra los intentos de cambio del sistema, sino más bien por el control de este (otra vez el viejo sátrapa James Mayer de Rothschild…)

El socialismo, única alternativa que existe al capitalismo padre de todo este desastre, puede salvar la vida, pero solo puede hacerlo con un cambio radical. No desde cambios parciales que terminan no solo no cambiando nada, sino negociando, activa o pasivamente, con el real poder para que nada cambie. Fidel lo decía muy claramente “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender los valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio; es modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo; es luchar con audacia, inteligencia y realismo; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas. Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”, aquel recordado 1ero de mayo del 2000.

O pensemos en Simón Rodríguez, cuando nos llamaba a inventar para no errar. Ojo, Rodríguez no llamaba a improvisar, como ciertos pensamientos interesados pretenden. No, él llamaba a crear desde la raíz una nueva sociedad caracterizada, como decía el Che, porque el amor y la solidaridad sean los organizadores del intercambio. Tiene, definitivamente, razón Fidel, se nos va la vida en ello, es necesario, inevitable y vital, cambiar todo lo que deba ser cambiado y rápido y ahora y por cualquier medio. Se acabaron las alternativas, si es que alguna vez la hubo.

El capitalismo vive de la existencia y profundización de las desigualdades entre las personas. La explotación es su alimento vital. Por eso no se puede resolver el asunto atacando solamente las desigualdades, ello solo conduce a distintas y nuevas formas de explotación, consumismo y control. La única solución es la destrucción total y definitiva del capitalismo, o más explícitamente, la destrucción definitiva del capital y sus perversos ciclos que se mueven sobre la destrucción de la vida de la gente. No hay otro camino. Y, o lo caminamos ahora o no habrá ya “próximos años…”

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