[ARTICULITO 26] ¿Por qué solo el patrón se enriquece con el trabajo? La Explotación.

Decíamos en un articulito anterior, que el trabajador cuando sale de su casa en la mañana lo único que lleva consigo es la ropita que lleva puesta, alguna comidita para engañar al cuerpo hasta regresar a la casa en la noche, y por supuesto su cuerpo mismo, que es el instrumento para contener y activar la fuerza de trabajo que es lo que él le vende al capitalista.

La fuerza de trabajo, al igual que cualquier otra mercancía tiene un valor de mercado, es decir un precio que se calcula en base a la cantidad de mercancías necesarias para que ella exista, es decir la comida que el trabajador y su familia comen, la ropa que se pone, el techo que lo cubre de la lluvia y el frío, los gastos de educación, las medicinas y, ojalá, algún gastico en esparcimiento y recreación (aunque en la mayoría de los casos, con o sin crisis económica, el salario apenas si le alcanza al trabajador para medio comer). Nos damos cuenta de que existe un importante componente biológico en el valor de la fuerza de trabajo, que si no se cubre, lo que habitualmente ocurre, el trabajador simplemente muere o sale de manera definitiva del proceso productivo (se hace marginal, se pauperiza decía Marx), lo cual no es significativo en el fondo sino en términos estadísticos, pues siempre habrá otro trabajador desocupado esperando por ocupar su lugar.

Pero además hay otro componente igualmente importante que pudiéramos llamar espiritual o cultural que depende de lo que los trabajadores piensen que son sus derechos y que los burgueses luchan a brazo partido por quitarles (y si no me creen, tomemos como ejemplo lo que acaba de pasar con la Ley del trabajo en Brasil, o con algunas tímidas leyes sociales en USA, o con el asunto de las pensiones en España o con los precios de los productos de consumo esencial en Venezuela), componente que explican las luchas históricas de los trabajadores individualmente y como clase, que esperamos trabajar en algún momento en el lío de las clases sociales, y que de alguna manera hemos nombrado ya.

Pero todo el valor de la fuerza de trabajo, se expresa en un precio, ya lo decíamos, como cualquier otra mercancía y ese precio es lo que llamamos «salario». El Salario no es entonces el valor de lo que el trabajador produce, sino solo una parte, es el precio que, según ciertas condiciones de mercado, le corresponde al valor necesario para que pueda reproducir su fuerza de trabajo.

El capitalista, no solo individualmente sino como clase, se ha apropiado de todo lo necesario para la producción: los medios de producción y la capacidad de transformarlos. Solo le hace falta asegurarse de que el trabajador aporte su fuerza de trabajo, porque como ya hemos visto es la única actividad que aporta valor nuevo al proceso social, la única que crea riqueza. Valor que debe generarse  en cantidades suficientes para dos cosas: recuperar el valor gastado en fuerza de trabajo y obtener su propia fortuna, es decir una buena ganancia, la cual dividirá en dos partes, la que acumula como capital y la que gasta en su forma de vida.

El trabajador, también, utiliza su fuerza de trabajo para dos cosas, para producir lo suficiente para que el pobre patrón tenga con que pagarle el salario y poder, así, recuperar la fuerza de trabajo para poder venir al día siguiente y seguir en lo mismo; y para producir la ganancia del capitalista, que no trabaja, apenas administra, es decir cuida que todos sus esclavos, perdón sus trabajadores, del gerente para abajo, cumplan con la tarea y le generen su correspondiente y amplia ganancia, porque si no, no sería negocio el asunto.

Y ¿cómo hace esto el trabajador? Pues muy fácil. Para reproducir su fuerza de trabajo, como para producir cualquier otra mercancía, debe gastar cierta cantidad de fuerza de trabajo. El salario que recibe, por cierto a posteriori, es decir después de que trabaja y el capitalista está satisfecho, hasta donde se puede satisfacer a un capitalista, no es más que una cantidad igual de trabajo bajo la forma de dinero, que servirá, ya decíamos que apenas, para cambiar por una cantidad igual de trabajo en forma de mercancías necesarias para reproducir su fuerza de trabajo(no queda más remedio que repetir “fuerza de trabajo” muchas veces, pues es simplemente así); mercancías que nunca serán muchas, porque y eso ya lo vimos en el Articulito 0, mercado y especulación son caras inseparables de la misma moneda, pues habitualmente ocurre que lo que el trabajador recibe como salario es apenas una fracción del equivalente real a su valor. Esa es otra forma oculta de la explotación que actualmente en Venezuela se ha llevado a magnitudes extremas.

Eso lo hace el trabajador en una fracción de tiempo (que siempre es oro, recordemos) dentro de lo que se denomina «jornada laboral» o de trabajo. Digamos cuatro horas, tiempo que se puede medir con precisión y que los capitalistas necesitan saber para poder calcular no solo los costos de producción de sus mercancías, sino su ganancia, y que siempre, ese tiempo,  debe ser inferior a la jornada laboral total, y es lo que llamamos «tiempo necesario». Pero el asunto es que al final de ese tiempo necesario, el trabajador tienen que seguir trabajando un tiempo más, casi siempre otras cuatro horas por lo menos, según quedó establecido en el contrato de compra-venta de su fuerza de trabajo, contrato que está regulado por la «Ley del trabajo» de cada lugar, ley que no es sino el instrumento jurídico pactado entre los burgueses y el estado, es decir entre ellos mismos, sin la participación de la clase trabajadora y donde se establece, entre muchas otras cosas que controlan al trabajador, el tamaño de la jornada de trabajo (quizá el único país donde esa Ley no se llama exclusivamente «del trabajo» e incluye a las trabajadoras y trabajadores en su articulado y fue consultada con ellos antes de ser aprobada, aun cuando no es completamente una maravilla, es justamente Venezuela).

Así, el trabajador cumple en su jornada laboral un cierto tiempo para producir su propio salario (el tiempo necesario) y otro tiempo adicional, «tiempo excedente» lo habíamos llamado, en el sentido de que es excedente en relación a la producción de la fuerza de trabajo, que será usado exclusivamente para producir la ganancia del capitalista. Y eso es lo que llamamos «explotación».

Ética y jurídicamente, en el capitalismo, el burgués no roba al trabajador, ya que le paga, en moneda de curso legal y de acuerdo a la ley, el valor de la fuerza de trabajo que el trabajador le vendió de manera voluntaria (recordemos que estamos hablando desde una sociedad libre, donde el obrero es completamente libre de decidir no aceptar esas condiciones y escoger morirse de hambre). Al capitalista le toca cumplir su obligación, que más que una obsesión es su tarea como miembro de su clase social, y que es, apenas comprada esa fuerza de trabajo, explotarla al máximo, hacerla producir más valor del necesario (plusvalía) para reponer, con ganancia, lo que ella le ha costado.

Fijémonos en una cosa muy simpática: el trabajador, que es el que produce todo el valor existente, apenas recibe un salario y nada más que eso, cantidad apenas suficiente para subsistir, muy a pesar de aquella terrible frase «el obrero es digno de su salario», mientras que el capitalista que no produce nada recibe una ganancia que puede llegar a enriquecerlo de manera hasta verdaderamente obscena. ¿Verdad que es algo muy simpático esto?

Digamos una cosa para aclarar dudas y callar algunas críticas. Cuando hablamos de «explotación» no estamos hablando de maltrato físico, látigo y esas cosas, aun cuando ellas todavía ocurren, o de un pago por debajo de lo legalmente establecido, cosa que también ocurre con frecuencia. Estamos hablando de que el trabajador se ve obligado a trabajar no solo para producir su salario sino para generar el capital, ganancia acumulada, del patrón. Y esa es la dictadura del capital en la sociedad-mercado, de la cual el trabajador no puede escapar por la sencilla razón de que carece de los medios de producción que ya se ha apropiado, históricamente, el patrón.

Alguna de esas críticas superficiales, o interesadas, al capitalismo limita el asunto a referirse a las condiciones de vida de ciertos cinturones de miseria existentes en las grande ciudades o a las condiciones de trabajo realmente deleznables que se presentan en ciertos lugares de África, Asia, América del Sur, pero que sorprendentemente también aparecen en grandes conglomerados industriales de los países del «primer mundo»  aun cuando nunca salgan reseñadas en los medios de comunicación.

La cuestión es que ya deberíamos habernos dado cuenta de que cualquier trabajador, por alto que sea su salario y así sus condiciones de trabajo sean excelentes, por el solo hecho de ser trabajador asalariado, es explotado. (Y por cierto entre más «gana» más explotado es, en términos relativos).

Lo verdadero, lo real es que no existe eso que los burgueses, sus sirvientes de la burocracia estatal y ciertos sindicalistas que han vendido su alma al diablo llaman «Salario Justo», salario que sea justo en el sentido de que excluya la explotación. El lío es que el salario en si mismo ya trae incorporada en su esencia la explotación y como ya decíamos, para el derecho burgués y su «justicia» (pensemos que el «derecho» viene a ser algo así como el cabrón de la derecha), el trabajador ha vendido algo y se le pagó, legalmente, por ello. Y como la «justicia» está vendada y solo ve lo que se le permite ver, ahí no ha pasado nada.

Entonces la explotación no es un concepto ético o moral. Es más bien una categoría económica-política, que expresa la realidad de la sociedad-mercado (ref art 0) con absoluta precisión. Y entonces, a este nivel, tenemos que entender que la clave de la lucha contra el capitalismo no es por un salario alto o «justo»; sino para mostrar que la razón de existencia misma del salario es la extracción de plusvalía y que por ello no se trata de mejorar los salarios o las condiciones de trabajo particulares o globales, sino de eliminar cualquier forma de sociedad basada en el trabajo asalariado, es decir eliminar, de raíz, la sociedad capitalista.
Esto está muy incompleto hasta aquí, pues para justificar toda la argumentación hecha, necesitaríamos hablar, con más detalle de la plusvalía y sus formas, cosa que intentaremos hacer en los siguientes articulito. Notemos sí, que aquí pegamos un brinco importante, pues ya tenemos, más o menos, las definiciones de «salario» y de «explotación».

Quiero recordar una película que tengo por ahora solo en el recuerdo. En ella hay una escena donde el protagonista, acusado de ineficiente, pelea con el patrón y le grita, como una amenaza, su decisión de irse de la empresa. Y el patrón, con gran sarcasmo, le contesta: «Donde quiera que vayas trabajaras para mí».

¡Esa es la verdadera maldición, el verdadero sentido, global, de la explotación, que en los hechos es la explotación del capital sobre el trabajo social y no la de cierto capitalista sobre algún trabajador en particular!

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