[COLUMNA PRESTES] Las llamas ardientes del capitalismo en la Amazonía

Ricardo Adrián

Una serie de incendios recorren la Amazonía. Sus llamas han devorado hasta hoy cientos de miles de hectáreas acabando a su paso con la biodiversidad, con los árboles y animales, amenazando seriamente el considerado pulmón del planeta que alberga en su seno el 20% del oxígeno global. Se estima que su recuperación, de no ocurrir otra calamidad de magnitudes similares, podría tardar más de 30 años. Pero esto en todo caso dependerá de una voluntad social y política que sobrepase la voracidad capitalista.

La causa de estos incendios apuntan no sólo a los publicitados efectos naturales, o la continuación de una serie de incendios que ocurren durante estas épocas, sino centralmente a las modificaciones de estos espacios naturales provocados por actividades económicas depredadoras que han sido impulsadas por los intereses dominantes en la región. Nos referimos a la deforestación generada por la minería, la industria maderera, el incremento de la agricultura extensiva y la ganadería.

Tal situación ha despertado la angustia y la preocupación de mayoritarios sectores sociales del planeta, y ha generado también una tensa lucha política. Ciertamente, no puede hablarse de sensibilización o toma de conciencia ecológica, si ésta no impacta sobre las relaciones de producción, de consumo y de poder predominantes en el planeta.

Y ya este es un gran debate que data por lo menos con fuerza global desde hace 6 décadas, Albert Einstein en 1934 se adelanta y escribe un artículo “Reflexiones sobre la economía mundial”, presagiando estos peligros se paseaba por la alternativa superadora de una economía totalmente planificada “en que la comunidad produzca y distribuya los bienes de consumo”. Ésta sería la opción de una economía socialista que en opinión del reconocido físico estaba por demostrarse aún. La otra alternativa que arengaba consistía en que los estados burgueses limitaran la producción de los monopolios, evitando así que su desarrollo tecnológico recayera en forma de crisis sobre los trabajadores y el medio ambiente.

Ya sabemos que desde entonces el “desarrollo” capitalista no ha interrumpido su marcha vertiginosa de súper-producción y subconsumo, guerras mundiales, concentración de poder de los monopolios y opresión de las naciones dependientes. Sus crisis cíclicas sacuden al mundo y solo dejan más desempleo y severos daños ambientales que se vierten sobre las aguas, el aire, los cascos polares, el llamado efecto invernadero, la extinción de importantes especies etc. Hemos llegado a un punto en el que en palabras de Mészáros “la crisis cíclica del capitalismo se va convirtiendo en crónica y estructural activando los limites absolutos del capital”.

Y esto se debe centralmente a que el modo de producción capitalista, su tendencia esencial, la obtención de la máxima ganancia, presiona por sobrepasar todos los equilibrios ambientales. Los economistas burgueses describen esta tendencia como la “racionalidad en la economía». Sin embargo, tal y como lo manifestó Carlos Marx “La gracia de la sociedad burguesa consiste precisamente en que a priori no existe en ella una regulación consciente, social de la producción” (Carta de Marx a Kugelman, 1865). Entonces, estamos en un vehículo que avanza a toda velocidad sin control social consciente, llevando a la Humanidad a destruir sus propios medios de vida. Movido por esta poderosa razón es que en aquella cumbre en Brasil de 1992, el comandante Fidel Castro alertaba: “Hay una importante especie en peligro de extinción, la especie humana”.

Frente a estos peligros, cuyas consecuencias ya estamos viendo y padeciendo, la lucha política sobre este tema se acentuará. Es por ello que el ejército de Estados Unidos estuvo recientemente haciendo maniobras militares en la Amazonía (Amazonian Log), es por ello que el G-7 organiza planes transnacionales de contingencia y ocupación pasándole por encima a organismos multilaterales y soberanos creados hace 41 años para esta materia. Nos referimos a la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica. Es por ello que las derechas de la región han desplegado una cruzada contra las poblaciones aborígenes. Además de recortar los presupuestos y regulaciones ambientales, han organizado ejércitos paramilitares para controlar estas zonas.

Los revolucionarios debemos estar parados sobre este cuadrilátero en el que se desarrolla la lucha de clases, debemos tener programas y planes. Al respecto, el Plan de la Patria impulsado por el Comandante Chávez deja muy claro en su quinto objetivo histórico la misión de preservar la vida en el planeta y la salvación de la especie humana sobre el que se debe conformar un gran movimiento mundial para contrarrestar las causas y reparar los efectos del cambio climático. A nuestro juicio, debe integrarse plenamente todo el programa ecológico al programa de lucha contra el capital y por el socialismo, por lo que Hugo Chávez subrayó aquellas imborrables palabras “No cambiemos el clima, cambiemos el sistema”.

Proponemos desde esta columna que la indignación sobre lo que ocurre en la Amazonía se convierta en un movimiento de preservación del ambiente, de entendernos como parte de la naturaleza. Que los jóvenes revolucionarios organicen campamentos ecológicos en los que se pueda desarrollar un aprendizaje significativo sobre estas luchas. Que la sociedad toda se vuelque más hacia planes de reciclaje, de efectivos controles ambientales sobre las industrias, la agricultura extensiva, la ganadería, y en especial sobre las exploraciones que actualmente empresas transnacionales de la peor reputación como la firma canadiense Golden Reserve, que actualmente emprenden sobre el arco minero. Es hora de revisarnos profundamente. O somos revolucionarios en contra del capital y de la destrucción de los ecosistemas o no somos. ¿O que es lo que vinimos a hacer aquí, en este tiempo y en este espacio?

No dejemos para mañana, lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo” Fidel Castro

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