[CONTRATIEMPO] El espejo enterrado: ¿Gobierno del contratiempo?

Sólo nos vemos enteros en el espejo desenterrado

de la identidad cuando aparecemos acompañados del otro

(Carlos Fuentes, El Espejo enterrado)


Hace años, en la obra “El Espejo Enterrado” de Carlos Fuentes (1997) se dibuja en una serie de relatos cuánto de América hay en España y cuánto de España hay en América. En un intento por re-crear literariamente, al menos eso esperó el autor, el encuentro de dos mundos y no el encubrimiento del otro, nombre con el cual Enrique Dussel (1992) denominará sus lecciones de Filosofía de la Liberación en Alemania en el Quinto Centenario del arribo de las hordas europeas en América. La figura del “espejo enterrado” sugiere el intento por ocultar nuestra imagen, enterrando el espejo como si esa imagen se quedara en el espejo. Probablemente, algo similar ocurre cuando en una transformación social tratamos de ocultar lo que ella nos refleja por temor de que nos podamos reconocer. Enterrar el espejo es un acto de querer detener el tiempo: el más inútil de los contratiempos.

Desde hace poco tiempo se viene instalando en el imaginario colectivo venezolano una distinción que puede devolvernos a la racionalidad de gobierno que antecedió a la experiencia que se definió constitucionalmente en 1999 y se comenzó a hacer pŕactica política en el año 2002. Porque esencialmente, en el año 2002 es cuando los otrora objetos de las políticas del estado venezolano, usualmente considerados clientes de un estado que repartía beneficios y premios se fueron constituyendo en sujetos políticos. Ese es el catalizador para que un proceso de subversión política se instalara en Venezuela para básicamente hacer “natural” que los sectores menos favorecidos o más desposeídos no pudieran ser reconocidos como sujetos de pleno derecho. La naturaleza de este reconocimiento es lo que ha cambiado la condición de primera colonización experimentada con la conquista de España a partir de 1492 y que aún sigue teniendo reminiscencias en los modos como se definen los actos de los pueblos originarios como actos terroristas o de sedición. Una paradoja que los estados modernos acusen a los habitantes originarios de traicionar a su “patria” cuando defienden lo que según su cosmovisión es la unidad de ellos y su territorio.

Porque ya no se trata de apelar a los argumentos de la cristiandad para saber si los pobres o los desposeídos son criaturas de dios. O, si acaso son personas que por su escasa formación pueden tener la estatura de gobernantes. Es más fundamental y en ello radica quizás lo atroz e inaudito de la segunda colonización que ha ido avanzando de forma dispareja pero cruenta en América Latina. Se trata de la naturalización de las jerarquías en la dinámica política latinoamericana. Los modos asumidos por las fuerzas económicas oligopólicas para hacerse cargo de los procesos de normalización de las conductas en las relaciones sociales, políticas, económicas y esencialmente las culturales pasó ya no sólo por una división del trabajo y su jerarquización sino por la naturalización de las formas de relación ancladas en la explotación, el acceso privilegiado a los bienes y la disposición de mecanismos y dispositivos para prolongar esta situación en lo que Boaventura Sousa dos Santos llama la “monocultura de la producción capitalista”. Esto implica que ante esa naturalización se hace necesario contraponer no sólo un polo alternativo, lo que abriría un diálogo. Es más complejo el asunto.

Se trata de poder comprender las múltiples lógicas que parecen converger para darle forma a una realidad que dejo de ser una, para hacerse múltiple pero que en determinados espacios, el material para ser preciso, las cuentas suponen quitar a alguien para dar a otros, dentro de una idea de justicia que procura desde el lado de las fuerzas oligopólicas la ausencia de memoria de los modos como se construyeron las riquezas en una Venezuela que hizo del petróleo bien del estado pero ganancias de pocos (Ver Fuenmayor, http://cuestiones.ws/revista/n12/dic02-fuenmayor.htm). Pero desde el lado de las nuevas fuerzas que aparecieron con el proceso liderado por Chávez ha generado una diversidad de oportunistas y practicantes de las viejas costumbres de la denominada democracia petrolera que hacen empalidecer las enormes diferencias y avances que en materialidad se consiguieron en los primeros años del proceso bolivariano. Las circunstancias nos dicen que esa materialidad ha sufrido una regresión importante pero no así en la idea de ser sujeto político que parece seguir siendo no sólo una aspiración sino compromiso en algunos sectores de la población venezolana. Esta aspiración sólo tiene sentido y espacio pertinente en la forma de la comuna como organización social, política, cultural y educativa para que un modo de gobierno distinto surja.

Sin embargo, el gobierno en Venezuela anda a contramano. Atiende el contratiempo que suponen las circunstancias de enfrentarse, con las precarias armas y errores que históricamente son inevitables, al poder bélico, mediático y económico más grande que ha conocido la humanidad. Se equivoca quien crea que esto es Estados Unidos. Es más grande. Es el poder del dinero el que anda apurado porque el gobierno sólo ocurra en el espacio de un diálogo. El diálogo al servicio de los poderes fácticos y acaso las pretendidas sanciones que impulsan las fuerzas “democráticas” que empujan a la hambruna de una nación hayan decidido enterrar el espejo para no ver el rostro de los nuevos sujetos que emergieron y emergen en la Venezuela desigual y áspera que trata de pensarse como unidad. Unidad que les resulta alarmante para sus intereses y de quienes les financian. El gobierno del contratiempo que supone la desaparición de la disidencia y la crítica de las formas dominantes de ordenar la vida en el siglo XXI debe sin embargo recordar que el diálogo es insuficiente en tiempos en que no todos los intereses de los apartados y marginados no pueden y no deben ser defendidos y propuestos por el gobierno. Entre otras razones, porque la razón del gobierno a ratos va en sentido contrario a las razones de los pueblos marginados y apartados de toda posibilidad de florecer en las formas de gobierno del presente.

El gobierno de la comuna debe articularse con el gobierno nacional pero no puede estar sujeto a la misma racionalidad de diálogo, de intercambio con los actores que condicionan y regulan el sistema financiero capitalista porque entonces no podrá superar las trampas que suelen erigirse desde los mecanismos de articulación del dinero. Quizás, es allí donde es necesario volver sobre todo el entramado de las leyes de la economía comunal para comenzar a entender cómo es posible la convivencia sin contaminarse con el sistema financiero global que condiciona al circuito del dinero en tiempos de la globalización. Articulación que no supone sumisión ni desconocimiento sino el proceso de construir de forma protagónica una nueva forma de relación económica que pudiera quizás escaparse del dinero como mecanismo de regular el intercambio y permitir el advenimiento de nuevas formas de vincularse. Porque en definitiva, los procesos críticos tienen precisamente la capacidad de permitir que las alternativas puedan ser al menos viables para aliviar momentaneamente las dificultades. Poder saber guiar ambos modos de gobernar debiera ser una prueba irrefutable de las capacidades de desenterrar el espejo y atreverse a construir una nueva identidad política sin miedo al pasado pero tampoco sin asumir que el pasado tuvo las respuestas a las preguntas que nunca se pudieron formular.

Emergencia: En el proceso electoral en Colombia se derrotó el miedo de votar por un candidato que sin ser de izquierda, por lo menos propuso lo contrario de la derecha. Algo crece en el pueblo de Colombia.

A Tiempo: La comuna es una tarea que debe asumirse fuera del gobierno nacional. De lo contrario, deviene en oficina de dádivas, favores y clientelismo.

Allende: El pueblo brasileño amenaza con despertar, hambriento y sediento de soluciones, entonces la democracia puede ser vista como un “lujo innecesario” para los pobres en estos tiempos.

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