[OPINIÓN] Amor en tiempos de coronavirus

Corría la segunda semana de marzo, el coronavirus ya tenía meses en China, semanas en Europa y había arribado a los países vecinos. Mientras, en Venezuela, empezaba una campaña comunicacional enfocada en la prevención. A cada instante escuchábamos en el canal del Estado un jingle que nos pedía, a nosotros, el país donde puede escasear cualquier cosa menos los besos y los abrazos, que nos saludáramos sin contacto físico:

“Y si ves a algún amigo y lo quieres saludar: el saludo es militar. Si quieres abrazarlo y no encuentras algún modo: el saludo es  codo a codo. Y si encuentras otro pana con tiempo que no ves: el saludo es japonés”, andábamos tarareando todos en nuestras cabezas. Sin embargo, apenas veíamos a un afecto nos lanzábamos a amapucharlo. De una u otra forma, nos negábamos a aceptar que el virus también llegaría a nuestro terruño.

La mañana del viernes 13, una amiga funcionaria me alertó que en las horas siguientes serían suspendidas las actividades laborales y se decretaría una cuarentena social [dos días después se impuso la cuarentena en todo el país]. Tras su aviso y sin conocer a profundidad el mecanismo que sería empleado, me dispuse a comprar algunas cosas básicas para una subsistencia en casa.

En mi mente, se avizoraban muchos panoramas complejos. En Venezuela el sistema de salud público está bastante deteriorado y las sanciones no permitirían el ingreso de los insumos necesarios para hacer frente a esta crisis. Además, la pandemia podría terminar de hundir nuestra débil economía. Y a una escala más pequeña, en Venezuela, las compras se hacen de a poquito. Así que casi ningún hogar dispondría de mercado para un lapso prolongado de tiempo y muchos no contarían con el dinero necesario  para adquirirlo de forma inmediata.

Los escenarios que pasaban por mi cabeza eran catastróficos. Y En efecto: algunos sucedieron. EE.UU. no solo no levantó el bloqueo sino que impuso nuevas sanciones. El FMI rechazó el llamado desesperado del gobierno venezolano. Tuvimos que contar con la OMS, OPS, China y Rusia para conseguir los kits médicos necesarios. Y en medio de todo esto, el petróleo cayó a menos de 30$ el barril, los comerciantes subieron los precios de los insumos más demandados (tapabocas, alcohol, gel antibacterial y comida). Sin embargo, el gobierno hizo lo propio, se desplegó velozmente y tomó medidas “drásticas” para evitar los errores cometidos por otros países para así evitar la implosión de nuestro sistema de salud en franco deterioro. Luego, las aristas que se encontraban en manos del pueblo no fallaron.

A los días, no solamente acatamos en más de un 90% la cuarentena colectiva (según el gobierno) sino que trasladamos todo nuestro amor a los teléfonos, las redes sociales, el trabajo desde casa, el cuidado de los nuestros.  

Las maestras crearon en tiempo record planes para que los niños estudiaran desde casa. Esto a pesar a las carencias en nuestra red de telecomunicaciones, principalmente fuera de las grandes ciudades.

Las costureras de organizaciones populares se pusieron a fabricar tapabocas de tela gratuitos de forma voluntaria.

Aparecieron mil y un fórmulas para hacer gel antibacterial casero.

Los líderes de las diferentes organizaciones del poder popular crearon protocolos de seguridad para que la caja de alimentos no faltase en ningún hogar. De igual forma,  las cocineras de varias escuelas mantienen activo el llamado “Programa de Alimentación Escolar” para que los padres puedan ir a buscar la comida de sus hijos y en el caso de los pueblos pequeños, la trasladan a sus hogares. 

Los médicos activaron videoconferencias y consultas online sin costo alguno.

Las cocineras ofrecieron sus mejores recetas, los psicólogos no pararon de darnos útiles consejos y el humor venezolano sin parangón se movió a sus anchas para ayudarnos a paliar el momento.

Nuestro pueblo, estigmatizado por las agencias internacionales, no salió a matarse entre sí en los abastos. Al contrario del estereotipo que se construyó, no fue aquí que se acabó el papel toalé.

Los freelancers y los trabajadores de la economía informal, incluyendo el sinfín de vendedores ambulantes, taxistas, etc, tenemos nuestros ingresos congelados. Pero sabemos que no vamos a morir de hambre, porque la solidaridad anda activa en cada rincón del país.

El coronavirus representa una situación difícil y peligrosa en el contexto actual y muchos morirán en larga medida debido al impacto de las sanciones. Pero en los últimos 20 años, Venezuela ha aprendido grandes lecciones históricas. Hemos superado un paro petrolero, intentos de golpe de Estado, la muerte de Chávez, protestas violentas, apagones masivos,  bloqueos económicos, y hasta la imposición de un supuesto segundo “presidente”. Podremos con el coronavirus. Podemos con todo. Y ustedes también. Sigamos, mundo bueno.

Originalmente publicado en Venezuelanalysis.

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