[OPINIÓN] El desvarío político de un imperio declinante

Reinaldo Iturriza.-

I.- Tres meses después de su autoproclamación, queda muy claro que el diputado Guaidó fue concebido por Estados Unidos como una modesta pieza, apenas con la destreza suficiente para emplearse en un movimiento táctico puntual, luego de lo cual, en el muy corto plazo, y tras un fugaz intercambio de movimientos, se produciría el desenlace de la partida.

Nada de esto ha ocurrido. No solo el pretendido rey terminó revelándose como un peón, sino que deambula por el tablero sin saber muy bien qué hacer. Para Estados Unidos es, sin duda alguna, una pieza sacrificable, pero el Gobierno venezolano ha demostrado de manera reiterada que no tiene ninguna intención de caer en la trampa.

Se dirá que abuso de las metáforas ajedrecísticas. Pero son los voceros del imperialismo estadounidense quienes han repetido una y otra vez aquello de que, en lo que a Venezuela concierne, todas las opciones están sobre la mesa. Más que metáfora, la tristemente célebre frase no deja de ser un eufemismo, una forma de afirmar, sin mayor disimulo, que son capaces de perpetrar los peores crímenes para lograr su cometido; una vulgar amenaza que dice mucho del envilecimiento de quienes la profieren, y ennoblece aún más al pueblo amenazado.

El soberano imperial estadounidense es como un ajedrecista ensoberbecido que cree poder hacer jaque mate con un simple peón. Guaidó vendría a ser como el Autómata en “El ajedrecista” de Edgar Allan Poe, guiado por Schlumberger, el experto jugador que operaba en la sombra, con la notable diferencia de que, en el caso estadounidense, la experticia no le exime de perder casi todas las partidas. Se entiende: en lugar de Schlumberger, es gente como Trump, Pence, Pompeo, Bolton, Abrams o Rubio la que mueve las piezas.

Entre otros, el caso venezolano demuestra que la superioridad económica y militar de una nación no es suficiente para derrotar a otra. Hace falta también capacidad política. Dicho de otra manera, es imprescindible un mínimo de respeto por el juego político, exactamente lo contrario de lo que demuestra Estados Unidos cada vez que apela a aquello de la mesa y las opciones, que es lo mismo que alardear con que puede patear el tablero cuando le venga en gana.

II.- La proverbial falta de capacidad política exhibida por Estados Unidos recientemente no lo hace menos peligroso: digamos que le impide construir obras duraderas y al mismo tiempo le hace propenso a causar daños irreparables.

¿Qué realidad política se puede construir favoreciendo o echando mano de liderazgos como los de Duque en Colombia, Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Piñera en Chile, Moreno en Ecuador, como quiera que se llame el actual presidente peruano, entre otros no menos impresentables? ¿Cuál será el legado político de quizá la peor generación de presidentes desde los tiempos del Plan Cóndor?

El solo hecho de que la autoproclamación del diputado Guaidó resultara siquiera concebible, y que además fuera rabiosamente aplaudida por los presidentes antes mencionados, no vino sino a confirmar el penoso estado de la clase política latinoamericana. La oleada de autoproclamaciones que le sucedieron, comenzando por la de Alejandro Muñoz en Colombia, y luego José de Abreu en Brasil, Luis Monta en Ecuador y Renato Valdivia en Perú, envió un mensaje fuerte y claro: más que política, en estos tiempos lo que prevalece es su parodia.

Sí, en general es un pésimo momento para las fuerzas revolucionarias en el continente. En el caso venezolano, es más que evidente la dificultad de la revolución bolivariana para seguir avanzando en la construcción de hegemonía popular y democrática, y la situación incluso se asemeja a lo que Gramsci en algún momento definió como revolución pasiva.

Ahora bien, circunstancias no solo tan difíciles, sino francamente adversas, no pueden hacernos perder de vista que el imperialismo estadounidense atraviesa por una severa crisis de hegemonía, principalmente porque China va en vías de convertirse en el nuevo centro de gravedad de la economía global.

Hay algo en el encono contra Venezuela, en la virulencia de las sanciones económicas, en el apoyo a la violencia terrorista, en las amenazas contra el Presidente Maduro, en la criminalización del pueblo organizado, en el desparpajo con el que debaten sobre una posible intervención militar, en la manera como planifican cómo apropiarse de los bienes de la República, en el hecho de que decidieran apostar por elementos de un partido más bien minúsculo y situado a la extrema derecha como Voluntad Popular para intentar derrocar al gobierno bolivariano, que habla del desvarío político de un imperio declinante que no es capaz de ordenar su “patio trasero”, expresión largo tiempo en desuso por peyorativa y que hoy vuelve a emplear sin vergüenza alguna.

Pueden percibirse, además, algunos signos de impotencia, porque el asedio imperial suscita la caotización de la sociedad, ciertamente, pero también la resistencia. No todo es caos y destrucción. También hay forja popular.

Frente al encono, hay algo que puede llamarse voluntad de vida, o al menos esas fueron las palabras que me vinieron a la mente durante aquellos días de marzo en que permanecimos a oscuras, luego de los ataques al Sistema Eléctrico Nacional. Pero vuelve a tener razón Nietzsche en su crítica a Schopenhauer: no existe tal cosa como voluntad de vida, sino voluntad de poder.

Entre la voluntad de adaptarse para sobrevivir y la voluntad de transformar para vivir con dignidad, quienes elegimos la segunda seguimos inclinando la balanza en favor nuestro.

Venezuela: qué lugar improbable para discusiones de esa naturaleza. Pero así es la gente que vive por estos parajes. Quienes decidieron declararnos sus enemigos van a tener que aprender a lidiar con eso.

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