[OPINIÓN] El día que el “cambio” derrotó a la Revolución

La derrota sufrida por las fuerzas revolucionarias en Venezuela el 6 de diciembre, encienden las alarmas y obligan a la dirigencia del proyecto revolucionario a revisar y analizar a profundidad lo ocurrido, no solo desde el ámbito electoral, sino fundamentalmente desde los principios del proyecto histórico que se ha asumido como ruta de navegación hacia el Socialismo.

La carga histórica que acompaña el discurso del «Cambio» ha sido aprovechada por la derecha venezolana, agrupada en la autodenominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), para sembrar en el electorado (tal como ocurrió en las elecciones recientes en Argentina y Bogotá) la «esperanza» de superación de las actuales contradicciones que padece la nación bolivariana. El discurso del cambio enunciado por la MUD, a pesar de carecer de contenido programático y de presentarse como un mero artificio de marketing electoral, intoxicado de manipulación y encabezado por viejas figuras políticas reconocidas por su vocación golpista, logró contagiar a la mayoría de la población electoral que frente a las dificultades políticas, económica, sociales e ideológicas del proyecto bolivariano, le castigó contundentemente en las elecciones parlamentarias del 6D.

Esta realidad obliga a los revolucionarios latinoamericanos a preguntarnos ¿Cómo es posible que el  retorno de la oligarquía al poder, disfrazado y edulcorado con el discurso del cambio seduzca de tal manera a nuestro pueblo? ¿Será que los cambios propiciados por la Revolución Bolivariana aún no han sido reconocidos como tal? ¿Cómo explicar que la idea de una restauración neoliberal disfrazada de cambio convoque a más de ocho millones de venezolanos a votar contra un proyecto que ha reivindicado la dignidad popular y perfilado una verdadera ruta de transformación social?

La respuesta no debe situarse en la ofensiva enemiga, quienes cumplen con su rol histórico de combatir sin cuartel a la revolución y el socialismo. Creemos que la respuesta debe emanar de nuestras filas, de la valoración de nuestro discurso, nuestros métodos políticos y nuestro programa económico; es decir, de la ideología que guía nuestro proyecto. Evaluemos entonces las precariedades, debilidades, desatinos y desviaciones que llevaron a la revolución a tan peligrosa situación.

La coexistencia como transición

Después de la muerte el Comandante Chávez, la dirigencia chavista instaló en el imaginario social la idea de la transición como coexistencia «pacífica» con la burguesía. De esta manera se fabricó un consenso que definía a la transición como un estadio de permanencia, y no como un proceso de avance hacia el socialismo, destructor y superador del capitalismo y el conjunto de relaciones sociales que lo definen.

Esta concepción de la transición ha acarreado consecuencias determinantes que hoy se palpan con más crudeza luego de la derrota electoral.

La coexistencia ha devenido en un proceso de colaboración de clases, en el que el enemigo se diluye tras la ambigüedad conceptual propiciada desde las manifestaciones visibles de dicha colaboración: mesas de diálogo con la burguesía nacional, transferencias de capital, flexibilizaciones en el cobro de impuestos y en el acceso a las divisas, respeto a la propiedad privada, «estímulos para la producción», “ajuste” de precios de productos básicos, compra “segura” de la producción a las empresas privadas por parte del estado, zonas económicas especiales, y más recientemente, el nombramiento de un empresario como Ministro de Industria y Comercio, etc.

En la esfera política dicha concepción estuvo acompañada de un permanente llamado a una oposición sensata, colaboradora y «democrática» que protagonizara un pacto político, torpedeado permanente por la propia naturaleza de la derecha venezolana, negadora de este tipo de acuerdos, por su anclaje a un modelo político y económico antagónico al socialismo.

En lo cultural presenciamos (y hemos sido responsables) un reposicionamiento de los códigos y referentes simbólicos del capitalismo, anidados a un estímulo desenfrenado al consumismo y un deterioro acelerado de la memoria histórica y la identidad cultural del pueblo. Así mismo, asistimos a un proceso de simplificación y banalización de las claves discursivas que caracterizan el proyecto revolucionario, enlodado en un consignismo infértil y superficial.

Esta ambigüedad debilitó profundamente el sentido de existencia de la revolución, empujándola a hacer concesiones ideológicas no solo en el discurso, sino más férreamente en las decisiones asumidas, que con mucha velocidad se distanciaban de los principios constituyentes del proyecto histórico bolivariano. Si los enemigos históricos, responsables de la miseria material y espiritual de nuestro pueblo, podrían llegar a ser colaboradores y aliados para impulsar el desarrollo productivo y la paz política nacional entonces ¿Qué sentido tiene hacer una revolución socialista? ¿Contra qué y quienes luchamos? Recordemos que capitalista no construye socialismo, aunque parezca una tautología.

Ese concepto de la transición como permanencia, como acuerdo de clases, condena al proyecto socialista a su estancamiento, a su debilitamiento; y en ese claroscuro subyace proclive a una derrota. Peor aún, en ese claroscuro, y frente a las concesiones que exige la coexistencia, las diferencias entre los proyectos en pugna se atenúan al punto de generar tal confusión, que para el sentido común popular uno u otro es lo mismo, y cualquier tentativa de cambio propuesto frente al estado actual de las calamidades, es aceptado sin cortapisas.

Por otro lado, la inconsistencia política y la incoherencia ética esterilizan los procesos de construcción de la conciencia del deber social, vulnerada por un reacomodo del capitalismo rentista que intoxica de corruptela no solo a la burocracia estatal, sino a las capas de la población que frente a la crisis económica, buscan su manutención material bajo la premisa de máxima ganancia con mínimo esfuerzo, brotando así las formas más perversas del capitalismo rentista: contrabando, acaparamiento, manejo ilícito de divisas, especulación, entre otros.

La transición socialista

Se hace necesario un viraje radical en el concepto de transición que hasta ahora hegemoniza en las filas chavistas.

Este salto conceptual orientado a retomar la marcha hacia el socialismo, implica a su vez, una necesaria definición del socialismo que hemos de construir, y para ello hemos de alimentarnos de la teoría y la experiencia histórica universal acumulada, bajo una mirada crítica y reconociendo las particularidades propias del contexto venezolano. Para ello es necesario concebir al socialismo como un modo de producción y reproducción material y espiritual, destructor y superador del capitalismo rentista, neocolonial, dependiente y extractivista que aún predomina en nuestro país.

El proceso de definición de nuestro Socialismo debe abrir las puertas a un gran debate nacional, que permita convocar al pueblo a la construcción consciente de cuyo proyecto es su principal sujeto. Ya el Presidente Maduro, con el recién nombrado gabinete ministerial, ha desplegado una jornada nacional de discusión en áreas sensibles: economía, comunicación, cultura, etc, orientadas a discutir y las recoger propuestas necesarias para construir colectivamente la salida a la crisis.

El ritmo de avance estará determinado por la correlación de fuerzas políticas, el grado de desarrollo de la conciencia del deber social y los límites que impone la naturaleza, para avanzar en una transición tan rápida como sea posible y tan lenta como sea necesaria.

La transición socialista exige radicalidad tanto en el discurso como en las decisiones. Coherencia entre las palabras y las acciones, para educar con el ejemplo que es la mejor elocuencia. Asumir la autocrítica como método de oxigenación revolucionaria y como principio ético de refundación de una sociedad impregnada por la fuerza colosal de la tradición capitalista. Hablar con el coraje de la verdad para abordar los problemas más candentes de nuestra revolución. Y así, solo así mostraremos al proyecto como lo que es: una concepción de la política y de las relaciones de poder diametralmente opuesta a la desgastada realpolitik que hoy impregna a ambos bandos por igual.

El revés sufrido el 6 de diciembre, ofrece una maravillosa oportunidad para replantear el camino andado y reconducir el sendero. Hay que avanzar tan rápido como sea posible y tan lento como sea necesario en un programa económico que diste tanto de las pretensiones neoliberales, como de la tentativa engañosa de un estado de bienestar que procura la imposible regulación del capitalismo y profundiza su carácter rentista.

Es por eso que reafirmamos: Revolución que no se diferencia perece, y los cantos de sirena del “cambio” restaurador, seguirán conquistando a ingenuos y descontentos para conducirlos de nuevo al corral de la explotación y la dominación capitalista. Ser diferentes en la práctica revolucionaria, mostrarse diferentes en el discurso que explica las razones por las que asumimos al Socialismo como único garante superador del capitalismo rentista que hoy recobra fuerzas.

La Revolución Socialista es el cambio más profundo que jamás hayamos conocido. Todo lo demás es excusa reformista para evitar lo inevitable.

Artículo especial para la edición 113º de la revista Periferia.

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