[OPINIÓN] Lenin, el Che, Fidel y el coraje de la verdad

Abundan en redes sociales, artículos y declaraciones políticas, una intolerancia al debate, a la crítica, a evidenciar los problemas que afectan la salud de la revolución, que no pocas veces alcanza el terreno de la criminalización.  

La crítica entendida como ejercicio del criterio, no busca otra cosa más que generar una rectificación revolucionaria, cuando las desviaciones amenazan con destruir los principios esenciales sobre los que se erige la práctica política transformadora. En la mayoría de los casos son los propios protagonistas y usufructuarios de estas desviaciones quienes disparan sus armas contra cualquier tentativa de debatir y plantear francamente las contradicciones que carcomen desde adentro a las revoluciones, logrando un coro de lealtades bajo la premisa de “no hacerle el juego al enemigo”.

Por otro lado, no es menor el daño que se hace a esta concepción cuando oportunistas de oficio la manosean para evadir su responsabilidad frente a la situación o simplemente la usan como excusa para deslizarse hacia posiciones contrarrevolucionarias. Estas posiciones terminan sirviéndole a los inquisidores de la crítica para sentenciar, como si de un dogma se tratara, que todo aquel “criticón” que “hable mal” de la revolución terminará, tarde o temprano en el bando enemigo.

Hablar franca y diáfanamente sobre las dificultades que afectan a la revolución, tanto por el incesante asedio externo como por las crecientes desviaciones que amenazan desde adentro, no debe ser motivo de persecución política. Ignorar los problemas, silenciar el debate, encubrir limitaciones, menospreciar los errores, maquillar resultados, ocultar informes oficiales, omitir las contradicciones y esconder sus manifestaciones, ni frena al enemigo en su afán destructivo, ni mejora la situación que azota al pueblo en medio de la crisis; al contrario, siembra incertidumbre, descontento, desconfianza y aleja al pueblo de la comprensión y construcción revolucionarias al sentirse engañado y defraudado por su dirigencia.

Acudamos entonces a las ideas por las que estos tres grandes revolucionarios lucharon en sus momentos y contextos y que además constituyen una enseñanza valiosísima en tiempos de intolerancia al ejercicio del criterio.

Lenin y la política de la verdad

Aún en situaciones convulsas, difíciles y adversas, Lenin siempre asumió claridad y transparencia en el manejo de su política de masas. Desde los inicios de la Revolución de Octubre, desde la redacción de los primeros decretos, se avocó a luchar por las consignas que inspiraron al pueblo ruso a acompañar la revolución y a asumir la responsabilidad de las decisiones incómodas que las dificultades le obligaron a tomar. El coraje de la verdad le impuso el destierro, atentados, rupturas afectivas, austeridad y soledad, que bien supo sortear como hombre de las dificultades. 

En esta emblemática anécdota recogida por Emmanuil Kasakievich, Lenin retrata su posición en torno a la ética que se desprende de la actividad revolucionaria y reclama a Zinoviev: 

 “Yo no hago juegos de manos con las consignas, sino digo a las masas la verdad en cada viraje de la revolución, por muy pronunciado que éste sea. Y usted, por lo que creo entender, teme decir la verdad a las masas. Quiere hacer política proletaria con recursos burgueses. Los dirigentes que conocen la verdad ‘en su medio’, entre ellos, y no la participan a las masas porque éstas son ‘ignorantes y torpes’, no son dirigentes proletarios. Uno debe decir la verdad. Si sufre una derrota, no debe intentar presentarla como una victoria; si va a un compromiso, decir que se trata de un compromiso; si ha vencido fácilmente al enemigo, no aseverar que le ha costado demasiado trabajo; y si le ha sido difícil, no vanagloriarse de que le ha sido fácil; si se ha equivocado, reconocer el error sin temer por su prestigio, pues únicamente al callar los errores puede menoscabarse el prestigio de uno; si las circunstancias obligan a uno que cambie de rumbo siguiera siendo el mismo; uno debe ser veraz con la clase obrera, si cree en su instinto de clase y en su sensatez revolucionaria; y no creer en eso es ignominioso y mortal para un marxista. (…) El proletariado necesita la verdad y nada es tan pernicioso para su causa como la ‘mentira conveniente’, ‘decorosa’, de mezquino espíritu.”1

El ejercicio de la crítica política implica siempre un riesgo, porque desnuda intereses, ilumina las sombras del poder, lucha contra el autoengaño propio y del otro, atenta contra la retórica acomodaticia y el oportunismo individualista. Muchas de estas lecciones fueron ignoradas en sus propias filas, lo que degeneró a posteriori en una inclemente persecución al pensamiento crítico desde el propio corazón de la URSS.

La NEP: la obligación de decirlo tal como es

Un ejemplo emblemático de la coherencia política de Lenin con sus ideas, constituye aquel en el que anuncia la Nueva Política Económica (NEP), en el contexto de una Rusia, arrasada por la guerra civil y la invasión de más de una decena de ejércitos, que provocaron una hambruna y una crisis económica profunda. Dicha rectificación inició en 1921 con el cese de la guerra y el inicio de la reconstrucción de la nación. En el marco del X Congreso del Partido Comunista, Lenin iniciaba su polémico diagnóstico:

“A comienzos de 1918 confiábamos en el advenimiento de un período determinado que posibilitara la construcción pacífica. Cuando se hubo concertado la paz de Brest, parecía que el peligro se había alejado, y creíamos que podíamos emprender la construcción pacífica. Pero nos equivocamos, pues en 1918 se cernió sobre nosotros un verdadero peligro militar: la sublevación del cuerpo de ejército checoslovaco y el estallido de la guerra civil que se prolongó hasta 1920. Debido en parte a los problemas de la guerra que nos abrumaron y a la terrible situación en que se hallaba la república entonces, al acabar la guerra imperialista, cometimos el error, por estas y otras circunstancias, de decidirnos a pasar directamente a la producción y a la distribución comunista.”2

Luego del balance, aparece la propuesta económica sustituta, expuesta de forma clara y sincera. Lenin proponía al partido, a los soviets y al pueblo ruso, nada menos que retroceder tácticamente al capitalismo, sustituir el Comunismo de Guerra por un Capitalismo de Estado, abierta y claramente denominado así por Lenin, sin eufemismos ni medias verdades, asumiendo errores del pasado y responsabilidades futuras.

“No podéis menos de ver qué viraje tan brusco han dado nuestro Poder soviético y nuestro Partido Comunista, al adoptar la política económica que llamamos “nueva”, es decir, nueva respecto a nuestra política económica anterior. En el fondo, en esa política hay más de viejo que en la política económica que aplicábamos antes. La nueva política económica implica sustituir el sistema de contingentación por un impuesto, implica pasar en grado considerable, si bien no sabemos en qué grado concreto, al restablecimiento del capitalismo. Las empresas que se arrienden a los capitalistas extranjeros (…) y las empresas entregadas en arriendo a los capitalistas privados implican un restablecimiento directo del capitalismo y eso radica en la nueva política económica, (…) Los campesinos constituyen la parte gigantesca de toda la población y de toda la economía, y por eso el capitalismo no puede menos de crecer en ese terreno de libertad de comercio”6

Se puede no estar de acuerdo con el viraje planteado por Lenin, pero es imposible no reconocer la valentía y la franqueza expuesta con este proyecto, tomando en cuenta el contexto que imperaba en ese momento, así como la correlación de fuerzas, la constitución ideológica del bolchevismo y las implicaciones políticas y económicas que traería tan difícil decisión.

La crítica del Che al oráculo soviético

Le tocó a Ernesto Guevara ejercer la crítica desde un rincón nuestroamericano y “subdesarrollado”, en tiempos en los que la Unión Soviética fungía como el oráculo de la izquierda mundial. Lo hizo desde el reconocimiento y el respeto que amerita la primera Revolución Socialista de la historia, así como con la irreverencia y la responsabilidad que ameritan tan osada empresa intelectual.

El Che inició la redacción de unos cuadernos (llamados en algún momento Cuadernos de Praga) en el que sistematizaba su análisis crítico del Manual de Economía Política de la URSS, y que debían desembocar en un libro orientado a generar aportes en torno a la economía política de la transición hacia el Socialismo. Con dichos cuadernos, y con ciertas posiciones asumidas públicamente en la palestra política, el Che cuestionaba con no menos argumentos, el sendero escogido por la URSS y su repercusión en el mundo socialista. Dichas posiciones le costaron al Che múltiples señalamientos, conflictos y hasta cierta estigmatización que le obligó a distanciarse de ciertos espacios y tomar determinadas decisiones. Las críticas del Che no partían desde la pasividad intelectual o desde el tremendismo oportunista; eran al contrario asumidas militantemente como un ejercicio teórico profundo y una actividad práctica validada en sus años al frente del Ministerio de Industrias, es decir, el Che militaba con sus ideas, con sus posiciones críticas, con la valentía que le caracterizaba: apostaba el pellejo al no ocultar una sola opinión por motivos tácticos.

Dejemos que el Che tome la palabra con la reproducción de algunos fragmentos de dichos apuntes críticos, y que sea él mismo quien muestre la revelación que le llevó a predecir la caída de la URSS, cuando nadie se atrevía a ni siquiera pensarlo.

“Al comenzar un estudio crítico del mismo [del manual de Economía Política de la URSS], encontramos tal cantidad de conceptos reñidos con nuestra manera de pensar que decidimos comenzar esta empresa (…) con el mayor rigor científico posible y con la máxima honestidad. Cualidad imprescindible esta última, porque el estudio sereno de la teoría marxista y de los hechos recientes nos colocan en críticos de la URSS, posición que se ha convertido en oficio de muchos oportunistas que lanzan dardos desde la extrema izquierda para beneficio de la reacción.

Nos hemos hecho el firme propósito de no ocultar una sola opinión por motivos tácticos, pero al mismo tiempo, sacar conclusiones que por su rigor lógico y altura de miras ayuden a resolver problemas y no contribuyan sólo a plantear interrogantes sin solución.

Creemos importante la tarea porque la investigación marxista en el campo de la economía está marchando por peligrosos derroteros. Al dogmatismo intransigente de la época de Stalin, ha sucedido un pragmatismo inconsistente. Y, lo que es trágico, esto no se refiere sólo a un campo determinado de la ciencia; sucede en todos los aspectos de la vida de los pueblos socialistas, creando perturbaciones ya enormemente dañinas pero cuyos resultados finales son incalculables (…)

Muchos sentirán sincera extrañeza ante este cúmulo de razones nuevas y diferentes, otros se sentirán heridos y habrá quienes verán en todo el libro sólo una rabiosa posición anticomunista disfrazada de argumentación teórica. Pero muchos, lo esperamos sinceramente, sentirán el hálito de nuevas ideas y verán expresadas sus razones, hasta ahora inconexas, inorgánicas, en un todo más o menos vertebrado.

A ese grupo de hombres va dirigido fundamentalmente el libro y también a la multitud de estudiantes cubanos que tienen que pasar por el doloroso proceso de aprender “verdades eternas” en las publicaciones que vienen, sobre todo, de la URSS (…)

A los que nos miren con desconfianza basados en la estimación y lealtad que experimentan respecto a países socialistas, les hacemos una sola advertencia: la afirmación de Marx, apuntada en las primeras páginas de El Capital sobre la incapacidad de la ciencia burguesa para criticarse a sí misma, utilizando en su lugar la apologética, puede aplicarse hoy, desgraciadamente, a la ciencia económica marxista.”3

El Che era reconocido por su claridad y crudeza al dirigirse a sus compañeros, desde que inició sus viajes en motocicleta hasta su último periplo en Bolivia. Sus diferencias conceptuales e ideológicas con la URSS empezaron siendo él aún ministro de la revolución, y se expresó en un debate público, generado entre dirigentes revolucionarios, en torno a las categorías y los aspectos que han de determinar la economía política de la transición al Socialismo. 

Fidel y la crítica pública

En la entrevista que el periodista francés Ignacio Ramonet le hizo en 2006, el Comandante Fidel Castro analiza su posición frente al ejercicio de la crítica que defendió consecuentemente a lo largo de su vida política y que se opone precisamente a la idea de que la crítica pública pueda ser utilizada por el enemigo. 

Nos dice Fidel: “Nosotros confiábamos en la crítica y en la autocrítica, sí. Pero eso casi se ha fosilizado. Ese método, tal como se estaba utilizando, ya prácticamente no servía. Porque las críticas suelen ser en el seno de un grupito; nunca se acude a la crítica más amplia, la crítica en un teatro por ejemplo, con cientos o miles de personas. Hay que ir a la crítica y a la autocrítica en el aula, en núcleo y después fuera del núcleo, en el municipio, y en el país. No tengo miedo de asumir las responsabilidades que haya que asumir. No podemos andar con blandenguería. Que me ataquen, que me critiquen. Sí, muchos deben estar un poco doliditos… Debemos atrevernos, debemos tener el valor de decir las verdades. No importa lo que digan los bandidos de afuera y los cables que vengan mañana o pasado comentando con ironía… Los que ríen último, ríen mejor. Y esto no es hablar mal de la Revolución. Esto es hablar muy bien de la Revolución, porque estamos hablando de una revolución que puede abordar estos problemas y puede agarrar al torito por los cuernos, mejor que un torero de Madrid. Nosotros debemos tener el valor de reconocer nuestros propios errores precisamente por eso, porque únicamente así se alcanza el objetivo que se pretende alcanzar.”4 

No es retórico lo expresado por Fidel en esta entrevista. Entre muchos otros, el episodio protagonizado por el Comandante Fidel Castro aquella noche de julio de 1970 frente al fracaso de la zafra da cuenta de eso: “habló de los errores, analizó los vicios de la desorganización, las desviaciones burocráticas, y las equivocaciones cometidas. Reconoció su propia inexperiencia, que lo había hecho actuar a veces con poco realismo”5 tal como quedó magistralmente plasmado en la crónica que escribió el escritor Eduardo Galeano y del cual nutrimos el título del presente artículo.

El ejercicio de la crítica, así como la ética que encierra y los métodos usados para conducirla constituyen un elemento sustancial de construcción y defensa de la revolución, que debe honrarse lejos de las posiciones maniqueas y chantajistas de quienes pretenden manipularla y criminalizarla. 

Referencias.

1 Kasakievich, E. “Realpolitik y Política de la Verdad”. En “Un libro rojo para Lenin” de Roque Dalton.

2 Lenin, V.I. “La Nueva Política Económica y las Tareas de los Comités de Instrucción Política”. En https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/oe12/lenin-obrasescogidas12-12.pdf

3 Guevara, Ernesto. “Prólogo inédito del Che: “La necesidad de este libro”. En http://www.rebelion.org/hemeroteca/cultura/che041101.htm

4 Galeano, Eduardo. Fidel, el fracaso de la “zafra de los 10 millones” y el coraje de la verdad. En http://la-tabla.blogspot.com/2015/10/fidel-el-fracaso-de-la-zafra-de-los-10.html

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