[OPINIÓN] Radiografía sentimental del chavismo

Reinaldo Iturriza.-

Buena parte de lo que escribí hasta 2013 lo hice en interlocución directa con Chávez. No fue un ejercicio consciente. Fue algo que descubrí conversando con algunas personas de mi círculo más íntimo, haciendo balance de lo escrito durante siete años y definiendo lo que correspondía hacer en adelante, en un momento en que intentábamos asimilar la pérdida física del líder de la revolución bolivariana.

Nunca planeé que fuera de esa manera. Tal interlocución era el correlato personal de una muy fluida relación de Chávez con el chavismo, que se expresaba de múltiples maneras.

No es un secreto para nadie que, en ausencia de Chávez, en el chavismo predominó una profunda sensación de pérdida. Algo similar al duelo, pero no exactamente. Por supuesto que hubiéramos querido tener la oportunidad de llorarlo, pero no pudimos hacerlo. Había que seguir adelante. Y mal que bien lo hicimos.

La pérdida de Chávez no fue la pérdida del Padre. De eso estoy convencido. Más que relación de filiación, entre Chávez y el chavismo se estableció una fuerte relación de alianza. Habíamos perdido un extraordinario aliado.

A partir de 2016 trabajé en dos libros, aún inéditos. Todavía en interlocución con Chávez. En “Chávez lector de Nietzsche” intenté recrear las muy particulares condiciones históricas que hicieron posible el singular diálogo de Chávez consigo mismo durante su enfermedad y convalecencia, en 2011 y 2012, y que muy pronto transformó en un extraordinario ejercicio reflexivo público sobre las falencias de la revolución bolivariana. Luego, en “La política de los comunes”, volví la mirada sobre el Chávez de los 90, la década virtuosa de la política venezolana, intentando reconstruir, en líneas muy generales, los antecedentes históricos inmediatos del chavismo.

En ambos libros, hasta cierto punto en “El chavismo salvaje”, y también en otro libro inacabado, cuyo punto de partida es la particular interpretación que Peter Weiss hacía de “La divina comedia”, de Dante Alighieri, me aproximé a lo que considero hoy día es una tarea impostergable: la elaboración de lo que pudiera llamarse, a falta de mayor precisión, una radiografía sentimental del chavismo.

No creo, como pudiera pensarse, que se trata de ejercicio inútil o a destiempo, dado que vivimos tiempos muy peligrosos, amenazados, como estamos, por el imperialismo estadounidense, lidiando con los terribles efectos de sus constantes agresiones, obligados como estamos a la más férrea unidad, con todo y las agudas contradicciones que se expresan a lo interno del chavismo.

Al contrario, tanto las agresiones como las contradicciones hacen imprescindibles un examen de lo que somos. De hecho, es bastante probable que un examen de tal naturaleza nos aporte pistas muy valiosas para reconstruir lo destruido y, más importante aún, para perfilar un horizonte estratégico que con frecuencia parece desdibujado.

Sobre lo que somos, y en este punto no tengo otra opción que hablar a título personal, puedo adelantar que soy, antes que todo, chavista. Puede resultar obvio, pero en estos tiempos en que alguna gente prefiere guardar silencio o decidió renegar expresamente de su identidad política, no es una cuestión menor: soy chavista.

Es algo sobre lo que he vuelto a pensar recientemente, a propósito de un muy singular y fascinante diálogo con el historiador Fermín Toro Jiménez, quien manifestaba que, a pesar de toda la grandeza de Chávez, y pese a considerarse un decidido antiimperialista, no se sentía chavista, sino bolivariano. Razones de peso tiene el maestro, a quien no juzgo en lo absoluto.

Con toda franqueza, no sé cuánto peso puede tener lo generacional en todo esto. Pienso, por ejemplo, en todas las razones que puede esgrimir un joven en sus veinte para no identificarse con el chavismo; es decir, una persona que no tuvo oportunidad de vivir y, por qué no, deslumbrarse con el acontecimiento Chávez, y que se politizó, si fue el caso, en el momento más difícil de la revolución bolivariana.

El punto es que, sin duda alguna, soy chavista. Tal vez, en buena medida, porque vi aparecer al chavismo, aunque no lo comprendiera en su momento, y luego lo vi pelear con una audacia y un amor propio realmente maravillosos; quizá por la misma razón soy capaz de ver cómo sigue luchando, allí donde algunos solo ven desaliento y derrota; finalmente, quizá por eso mismo no puedo decidir hacerme a un lado y sentarme a esperar tiempos mejores.

Más que simple identificación, hay mucho de orgullo de clase popular, además de un saber-hacer la política a la manera chavista, a los que simplemente no deseo renunciar.

Se comprenderá que hacer la radiografía sentimental del chavismo no es un ejercicio de nostalgia. No es mi interés sumarme al coro de quienes afirman que es necesario volver a ser lo que fuimos.

No saldremos del laberinto volviendo, por ejemplo, sobre las célebres tres raíces. Chávez mismo se imaginaba el árbol de las tres raíces “con un tronco, con ramas y un follaje en 360 grados. Ese árbol toma del subsuelo y de más allá de la atmósfera, de los rayos del sol, del infinito casi, para poder crecer y vivir… toma del ambiente, del entorno… desde la luz hasta la sombra, desde el ápice de las raíces, toma” (1).

Saldremos del laberinto tomando de nuestro entorno más inmediato pero también del infinito, de nuestras luces pero también de nuestras sombras.

Por último, por ahora, es una falacia aquello de que es imprescindible ubicarse por afuera del chavismo para tener una mirada global y no parcial, “polarizante”, de nuestra realidad. Antes al contrario, pienso que es posible construir una mirada global desde el chavismo, en permanente relación con ese afuera, y también con quienes adversan el proceso de cambios venezolano.

El chavismo emergió precisamente como ese afuera popular que irrumpió en el adentro cerrado de la política de elites, para hacer revolución. Para vivir bien. Nadie dijo nunca que lo sería eternamente. Pero algo sí es seguro: puede seguir siéndolo.

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(1) Agustín Blanco Muñoz. Habla el Comandante Hugo Chávez Frías. Cátedra Pío Tamayo, CEHA/IIES/FACES/UCV. Caracas, Venezuela. 1998. Pág. 75.

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