[OPINIÓN] Seguridización e infodemia

El politólogo latinoamericanista Jesus Alavez dedica el siguiente texto a estudiar dos fenómenos que han ganado fuerza, y se refuerzan mutuamente, en el contexto de la pandemia del coronavirus: la seguridización y la infodemia. En particular, analiza los diferentes contextos de los países latinoamericanos en medio del Covid-19.


Tener no es signo de malvado
y no tener tampoco es prueba
de que acompañe la virtud;
pero el que nace bien parado,
en procurarse lo que anhela
no tiene que invertir salud.
Silvio Rodríguez.

Poco más de tres meses se han cumplido desde que la propagación del COVID-19 fue declarada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una emergencia de salud pública de preocupación internacional, el pasado 30 de enero. En medio de la mayor medida tomada por prácticamente todos los gobiernos para evitar el contagio agravado, es decir el confinamiento, ya sea voluntario u obligatorio, existe un apalancamiento que da cuenta de lo que se cierne sobre el mundo entero, la concreción de la seguridización velada por la infodemia.

La seguridización -ostentada teóricamente por la escuela de Copenhague- ya era palpable en varios contextos, pues se solidificó con el neoliberalismo. La noción de seguridad ha reformado sus designios paralelamente a los ajustes transcendentales del capitalismo, tales como el narcotráfico, el renovado axioma de terrorismo que se indujo con mayor fuerza desde el 11 de septiembre de 2001 y el aumento de los flujos migratorios.

Todos estos elementos avivados por medio de matrices comunicacionales como “nuevos” riesgos y amenazas, nombrados así desde el final de la Guerra Fría fueron englobados como los cardinales adversarios de todos los cantos de la vida nacional, afrontados, mayoritariamente, de forma militarizada. El control de los recursos estratégicos y la intensidad de las relaciones sociales de producción son el telón de fondo. Son riesgos y amenazas no políticos, en este tenor toca el turno de enfrentar de esta manera al virus SARS COV-2, pero no se acomete al virus solamente, se arremete a la par contra los productos de la desigualdad, la pobreza y la exclusión social.

La situación reinante exterioriza una reordenación global, sin embargo la relación social hegemónica que fundamenta al capitalismo-neoliberal como patrón de acumulación vigente, a menor inversión mayores ganancias, se aplica con más violencia, basta asomarse al drama laboral internacional, a ello se agrega la vorágine del recurso estratégico no renovable sobre el que ahora gravita nuestro modelo energético, el petróleo. Quienes pueden llevar a cabo el “gran confinamiento” –como lo llama el Fondo Monetario Internacional (FMI)- se exponen de manera constante a un mar de excesos informativos, la “infoxicación” según Alfons Cornella, donde las opiniones, los análisis y los ejercicios reflexivos más consecuentes se mezclan en tiempo real con una capa gruesa de desinformación. La OMS ha descrito este último fenómeno como infodemia, el bombardeo constante de desinformación donde reina la confusión y la mal versión de datos concretos.

Ambas cuestiones arriba señaladas ponen cara de manera frontal a entusiastas que en múltiples plataformas digitales se embullen en sesudas multicharlas, monólogos o debates sobre “el fin del neoliberalismo” o “el regreso de las fronteras” cuando nunca se fueron; el capital es el único que no tiene fronteras y a golpe de realidad nos damos cuenta, Dani Rodrik, al cuestionarse por escrito ¿El COVID-19 reconstruirá al mundo?, lo manifiesta de la siguiente manera: “La crisis parece haber puesto aún más de relieve las características dominantes de la política de cada país. En efecto, los países se han convertido en versiones exageradas de sí mismos. Esto sugiere que la crisis tal vez no sea el punto de inflexión en la política y en la economía global que muchos auguraban. En lugar de colocar al mundo en una trayectoria significativamente diferente, es probable que intensifique y afiance las tendencias ya existentes.”

Se pasa por alto que la infodemia, por un lado, desarma de herramientas analíticas y explicativas a la población que hoy tiene acceso a este ejercicio hiperglobalizado, producto del incesante desarrollo de las fuerzas productivas, el mayor triunfo capitalista, como nos marcaron pauta Marx y Engels. Por otro lado, que el miedo y la ignorancia son una mezcla sumamente moldeable. Las llamadas redes sociales lactan en gran parte dicha mezcolanza que termina de vigorizarse con los intereses que trasmiten los grandes medios masivos de difusión tradicionales. Cierto es que los derrames informativos tienen características y poder de convocatoria distintos a los medios tradicionales pero la banalidad vacua en las redes sociales gana terreno aceleradamente. La inmediatez es el mayor insumo del análisis y la reflexión pero al mismo tiempo es su más grande limitación.

Los sucesos de la pandemia de las zonas más afectadas de Italia y España aún se replican en Estados Unidos, particularmente en Nueva York, último epicentro de la pandemia hasta ahora, mientras se da la difuminación de las llamadas clases medias en los tres países: tan solo en el reino español el 40% de su población ya cobra alguna ayuda por parte del Estado y el inmenso plan de estímulos económicos que aprobó el gobierno estadounidense no es un dique respecto a la cascada de desempleos. Asimismo, poco se indica que Gran Bretaña se perfila con la tasa de letalidad más alta de Europa, debido a la cuestionable estrategia basada en contener sin mitigar titulada “inmunidad de rebaño”.

El Imperial College London lo insinuó desde el inicio de la pandemia. Así es como en pocas semanas hemos visto al Estado Mínimo Evaluador (EME) recurrir al vínculo que formula Giorgio Agamben entre seguridad, Estado de excepción, militarización del derecho y exclusión. Lo hemos notado en prácticamente todas las latitudes, señalando con ello la vulnerabilidad y violación de los derechos más elementales en nombre de “nuestro bien”. Filipinas, India y principalmente Hungría son casos ilustrativos y apenas se citan las protestas y represión en los suburbios franceses. No podemos dejar de mencionar que el control social-poblacional fue el sello distintivo del gobierno chino para atajar la pandemia en su territorio, medidas draconianas como lo dijo David Harvey. Paradójicamente, Estados Unidos, a quien históricamente se le atribuye el impulso del modelo policiaco-militar, se negó a aplicar estas medidas de contención de forma generalizada.

Sin embargo, el anuncio de la mayor operación antinarcóticos en aguas caribeñas frente a costas venezolanas, capitaneada por el Comando Sur, nos permite avizorar que su política exterior no ha sufrido cambio alguno y se mantiene fiel a sus tradiciones. Esta vez la acusación es narcotráfico y los objetivos son los carteles mexicanos y, principalmente, Venezuela, escenario en que los señalamientos ya escalan sin disimulos hacia el ejecutivo. Conjeturas que resultan por demás sospechosas dado que los informes que dan cuenta de las rutas del tráfico de estupefacientes, incluidos documentos de organismos estadounidenses como la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, por su siglas en inglés) y la Base de Datos Antidrogas Consolidada Interagencial (CCDB, sus siglas en inglés), dejan por fuera a la República Bolivariana de los grandes periplos de la cocaína, dando fuerza así a teorías como la de los Nenúfares de Pascualino Angiolillo Fernández y la definición geopolítica del Mar Caribe como “el Mediterráneo de América”, hecha por Nicholas Spykman.

El Caribe –junto con África subsahariana- más allá del ejercicio internacionalista llevado a cabo por las misiones médicas cubanas, es olvidado como ocurre de manera recurrente, pero el control total de la Cuenca del Caribe es esencial en estos tiempos, el afianzamiento de la alianza de seguridad de los países de El Caribe que se ha intentado constantemente desde los días de bonanza de PetroCaribe contra Venezuela, es una deuda que hoy quiere saldar el gobierno de Estados Unidos consigo mismo, desde entonces las tentativas por relacionar al gobierno venezolano con cargamentos de droga incautados en otras partes del globo se han acrecentado.

Entretanto, Colombia, el país que produce el 70% de la cocaína a nivel mundial según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, pasó de agache en esta amplia maniobra militar. Un antecedente que no podemos pasar por alto es el de diciembre de 1989, mes de la famosa invasión estadounidense a Panamá, el término de la denominada operación “causa justa” dio con el derrocamiento y posterior captura de Manuel Noriega, acusado de narcotráfico. Fidel Castro en ese momento se cuestionaba “¿desde cuándo se persigue ‘narcotraficantes’ con portaviones?”.

Este episodio alarde a la rémora de Donald Trump entre la presión del complejo militar industrial por reactivar de inmediato las cadenas de producción (coacción que ha impactado también al gobierno mexicano desde el Departamento de Defensa y el Senado estadounidenses), sus intenciones de reelegirse, sumándose los clamores de rescate de las grandes petroleras. Una nueva guerra haría confluir las tres aristas, pero el costo sería desastroso. Wright Mills por allá de 1956 expuso este tipo de disyuntivas cuando escribió The Power Elite.

Los Estados de América Latina se han debatido entre aminorar, contener o ignorar los efectos de la nueva cepa del coronavirus, sin embargo, el enfoque policiaco-militar caracteriza las respuestas de gran parte de los gobiernos en el subcontinente y en muchos de esos escenarios dichas posiciones les ha permitido reinventarse. Esta caracterización se solapa a la profunda desigualdad social. Los ejemplos saltan a la vista: Comencemos abordando dos países cuyas medidas tomadas por sus respectivos gobiernos se explican desde sus históricas derivas autoritarias. Por un lado, Paraguay, que en medio de acusaciones de corrupción de su presidente Mario Abdó Benitez, ha invocado como medidas para afrontar la crisis una “cuarentena total con excepciones” y la cancelación de clases presenciales hasta diciembre de 2020.

Por otro lado, El Salvador, donde fue declarado sin dilaciones el Estado de excepción con un número considerable de denuncias de violaciones de derechos humanos, lo que resalta el populismo punitivo que encarna Nayib Bukele y que puede verse claramente en el tratamiento de la crisis carcelaria que, dicho sea de paso, se extiende por todo el subcontinente. En contraste, su vecina Nicaragua parece ignorar la pandemia como estrategia de contención eficiente. Asimismo, el gobierno golpista boliviano canceló las elecciones presidenciales y alienta el maltrato a sus connacionales que regresan al Estado Plurinacional. En Haití, la crisis institucional, la hambruna y las protestas sociales alarman a la par de la pandemia y sus casi nulas capacidades para siquiera mediarla. Su vecina inmediata, República Dominicana, cuenta con un número significativo de contagios pese a la declaratoria de Estado de Emergencia, calamidad que es aprovechada por su gobierno para aplazar las elecciones presidenciales.

¿Qué pasa con las dos economías más grandes y, al mismo tiempo, los dos países más poblados de la región, Brasil y México? En el primero, su jefe de Estado, Jair Bolsonaro, ha mantenido fuertes confrontaciones con algunos gobernadores de los estados más afectados y con mayor densidad poblacional debido a lo que ellos llaman “su política de perversidad”, esas confrontaciones han escalado hacia otros niveles de gobierno y su propio gabinete, tanto que en un arrebato autoritario se atreviera a separar del cargo al ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta. Frente a la negación de la realidad por parte del ejecutivo federal, se encuentran unas fuerzas armadas brasileñas no monolíticas lo que hace más volátil e irresponsable su discurso militarista-armamentista. La universidad Johns Hopkins, con base en sus valoraciones, estima al gigante sudamericano como el nuevo epicentro de la pandemia.

En el caso de México, la pandemia parece estar contenida, pese a ser el Estado que menor números de pruebas realiza de todos los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y estar entre los siete países con mayor contagios con base en la Organización Panamericana de la Salud (OPS). El COVID-19, sin embargo, vino a desplazar de la opinión pública la violencia galopante generalizada, la violencia de género y su máxima expresión epidémica, los feminicidios, flagelo que será combatido con la Guardia Nacional, según palabras de su presidente Andrés Manuel López Obrador.

La pandemia también oxigenó a la oposición partidista y empresarial contraria al gobierno de AMLO y alienta día con día la visceralidad neoconservadora. Si bien no se decretó Estado de excepción desde el gobierno federal, la militarización sigue vigente y comenzaron ya el plan DN-III-E así como el Plan Marina, correspondientes a la Secretaria de la Defensa Nacional y a la Secretaria de Marina Armada de México, aunado a esto algunos gobernadores estatales y municipales han decretado medidas extraordinarias contraviniendo el artículo 29 constitucional.

En términos relativos, son Chile, Perú, Ecuador y Panamá los más golpeados por el coronavirus: el gobierno chileno aprovechó para postergar el referéndum constitucional conseguido por las protestas de octubre del año pasado, adquiriendo con esto activar de nuevo la protesta social y, en respuesta, la represión gubernamental. Un poco más al norte, Perú sacude más a su de por sí mermada clase trabajadora bajo el paraguas del Estado de Excepción y de la xenofobia, en tanto los desplazamientos al interior del Perú son más que preocupantes.

Desde Ecuador hemos visto imágenes dramáticas que exponen lo que ocurre en la capital de su provincia más poblada, como resultado su ministra de salud, Catalina Andramuño, renunció a su cargo acusando no contar con recursos suficientes para afrontar al COVID y finalmente Panamá, que poco y nada ha sido mencionada en los medios muy a pesar de su profunda crisis sanitaria, se zanja en represiones a su población que busca satisfacer sus necesidades básicas de supervivencia.

Colombia acusa un sinfín de violaciones de derechos humanos bajo el interés de hacer valer a toda costa el decreto 457, correspondiente al aislamiento preventivo obligatorio que dictó el presidente Iván Duque, y que luego del amague del eufemismo nombrado “aislamiento inteligente” pretende mandar a las jornadas laborales, antes de tiempo, a lxs trabajadorxs de los sectores estratégicos, según a consideración y entendimiento del ejecutivo nacional, en tanto la militarización de los territorio más alejados de las grandes urbes avanza aceleradamente, así como los asesinatos de líderes sociales y excombatientes en esta cuarentena. Al tiempo, cubierta por su posición política autodenominada alternativa, la alcaldesa mayor de la capital neogranadina, Claudia López, manifiesta xenofobia institucional y represión que recaen respectivamente en lxs venezolanxs que buscan retornar a su país y en la población de las zonas sureñas más pobres de Bogotá, las cuales se han visto agredidas por parte del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD).

Venezuela, por su parte, frente a la pandemia tomó tempranas acciones dictadas por el gobierno de Nicolás Maduro, medidas que lo han legitimado como jefe de Estado, pues fueron sustentadas principalmente por la institución que aún tiene cobertura en todo el territorio nacional, la FANB. Empero Venezuela se encuentra en una situación en que las sanciones, la pulverización del poder adquisitivo y el salario, la especulación de los productos de la canasta básica y la crisis de energéticos al interior del país, parece encontrar su momento más álgido.

En Argentina, el desaliento y la decepción de la gestión de Mauricio Macri sumado a las acciones para contener la pandemia tomadas por su actual presidente, Alberto Fernández, de igual manera lo han legitimado como jefe de Estado, pero el Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO) no deja de estar soportado por el modelo policiaco. Asimismo, incertidumbre y nerviosismo provoca que el gobierno avalara el acuerdo de rebaja salarial para suspendidos entre la UIA y la CGT.

Acudimos a las percepciones de que los gobiernos que afrontan principalmente desde la orientación policiaco-militar y en varias ocasiones, desde el pensamiento del enemigo interno o externo, las contrariedades orgánicas que agobian específicamente a sus pueblos, anteponen por medio de la seguridad los intereses del capital, esto es la seguridización, definición que se presta más amplia que la concepción de la militarización y las nociones de control y disciplina -que tomaron mucho impulso desde las obras de Michel Foucault- pero no prescinde de éstas. La acumulación sin fin generalmente está detrás.

La preocupación del avance de la seguridización no es prioridad en la gran mayoría de la población y es natural este efecto, debido a que nos hallamos en momento en que la inmensa colectividad se encuentra sumergida en resolver su día a día, la infodemia termina de caotizar vidas, de por sí, saturadas. Del mismo modo, la ambigüedad en múltiples casos de la declaratoria de los Estados de emergencia no ayuda al entendimiento del fenómeno. La añeja querella entre la libertad y la seguridad apenas y se asoma pues la zozobra es avasallante.

La infodemia, sin embargo, también imprime una secuela dura de contrarrestar en la necesidad de explicar qué está pasando y qué tenemos por delante, y es que carentes de útiles pertrechos razonados y aclarativos, producto del revoltijo entre el desasosiego, la desinformación, la ignorancia y el desaliento, poco se puede advertir de manera clara, las diferencias político-ideológicas de un gobierno u otro. Las divergencias son muy porosas y hallamos pocos estadistas, pero múltiples politiqueros. Pareciera que la democracia se cristaliza como una traba para la forma de acumulación vigente, más allá del apellido con el que se describa, mudan en entreguismo y asfaltan rutas vertiginosas hacia el neoliberalismo. Los postulados de Lenin y Rosa Luxemburgo sobre la socialdemocracia presentan aún presencia y fortaleza, muy a pesar de que las propuestas socialistas también forman parte de la modernidad en crisis, como ilustra Enrique Dussel.

Lo anterior conjetura la acentuación de las pujanzas antagonistas que invocan a las rancias prácticas oligárquicas, es así como se puede volver víctima de ejercicios panfletarios como los que han firmado Vargas Llosa y acompañantes (Mauricio Macri, Álvaro Uribe, Ernesto Zedillo, entre otros), desgarrándose las vestiduras por volver a una cotidianidad que nos ha traído a este momento, alertando el inminente regreso del autoritarismo cuando fueron ellos los que lo impulsaron rápidamente. Voceros de la economía de mercado y la democracia procedimental aumentan la beligerancia para reimpulsar la sociedad de mercado que describió Karl Polanyi. Doble vara de medir.

Peor aún es cuando estas algarabías se encuentran en voces de jefes de Estado en funciones, como los casos de Donald Trump sugiriendo inyectarse desinfectantes y asegurando tener pruebas de que el virus fue manipulado y escapó de un laboratorio en Wuhan o Jair Bolsonaro al calificar los síntomas de la enfermedad zoonotica del último coronavirus conocido como una “gripezinha” o un “resfriadinho” y humillando a sus propios gobernadxs al aseguras que deben ser estudiados pues pueden nadar en una alcantarilla y no les sucede nada. Ambos también coinciden en sus ataques hacia la OMS. El problema no es que hagan gala de su arrogancia iletrada, sino que sus declaraciones alientan a núcleos negacionistas y armamentistas, buscan algún culpable externo y promueven la violencia.

Cuando se combina, por medio de la infodemia, dichas contrariedades estructurales con la cara política neoliberal, el neoconservadurismo, imposibilita advertir a la gran mayoría de la población si los discursos políticos corresponden a la realidad o si los detractores están montados en furibundos ataques ideológicos, recurriendo de nueva cuenta a Harvey, el autor mencionó en su artículo Política anticapitalista en tiempos de COVID-19 que “la fuerza laboral ha sido socializada en casi cualquier parte del mundo desde hace mucho para que se comporte como buenos sujetos neoliberales (lo que significa culparse a sí mismos, o a Dios, si algo va mal, pero no atreverse nunca a sugerir que el capitalismo pudiera ser el problema). Pero hasta los buenos sujetos neoliberales pueden ver que hay algo erróneo en la forma en la que se ha respondido a esta pandemia.”

Entre tanto, otra deriva de la infodemia, es arrebatar de compendios para distinguir las características de las protestas anticonfinamiento que se han dado en Alemania, España, Estados Unidos, Brasil, entre otros y las protestas a causa de la emergencia alimentaria que el paro ha producido o, en su defecto, utilizarlas a calzador para amparar aseveraciones ideológicas.

Más allá de que se dieron medidas surrealistas, que de ninguna manera se alejan del signo punitivo y/o negacionista, como la que implementó el gobierno de Turkmenistán prohibiendo la palabra coronavirus o las marchas en Brasil y Nicaragua, se sigue buscando encontrar respuestas de características conspiranoicas a lo que estamos viviendo, en la supuestamente tardía proyección lockstep de los Rockefeller -que explica Edwin Black en su texto War against the weak- o desde pasajes de la novela de terror The eyes of darkness, escrita por Dean Koontz, por mencionar dos ejemplos, los hechos hablan por sí mismos; #Quédateencasa y su no cumplimiento cabal se transcribe, por lo tanto, en todo lo que las derechas han hecho con nosotrxs –y a decir verdad, también en lo que el progresismo no ha podido encausar-: nos han dinamizado en ecosistemas expoliados que detonan la zoonosis, nos han hundido en una dolorosa desigualdad, nos han arrebatado la disciplina social, nos han vendido una idea de modernidad individualista que es autodestructiva y nos han desdibujado la confianza institucional.

Es decir, la posibilidad de confinamiento es mínima si no se consolida una política de distribución social y económica abierta, basada en una renta básica mínima, pero la poca capacidad de los gobiernos variada con la ausencia de voluntad política es lo que vemos. Las cadenas de suministro no pueden sostenerse y el hambre con el desespero concurren a la protesta, como se ha visto en Guatemala o Colombia con banderas blancas y rojas, respectivamente que anuncian la emergencia alimentaria, acontecimientos que lamentablemente serán cada vez más comunes. El resultado es la seguridización revestida por la infodemia: la endeble estabilidad social y la gobernabilidad se ven trastocadas mientras las redes sociales y los medios tradicionales conducen a una barbarie de las mayorías.

Cierro con una cita de Manuel Castells de su obra Comunicación y Poder la cual incluye todo lo dicho en estas líneas: “si no conocemos las formas de poder en la sociedad red, no podremos neutralizar el ejercicio injusto de dicho poder; y si no sabemos exactamente quienes tienen el poder y dónde encontrarlos, no podremos desafiar su oculta pero decisiva dominación”. Nuestro deber es conocer esas formas para trasmitirlas de mejor manera y erigir alternativas sociales y económicas, que vayan más allá de los aplausos y lo reivindicativo, y que no permanezcan en los mismos círculos de siempre, así no quedaremos desprotegidxs totalmente ante los embistes cada vez más violentos del capital, como el actual. Un quehacer político imperante con el signo distintivo –como señala Carmen Aristegui- de mantener el optimismo como obligación moral.

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