Sepa quién fue Le Comte Bleu

Le consultamos a Gonzalo Fragui, escritor merideño, si podía trabajar algún texto que nos permitiera conocer del “Conde Blue”, quien, por cercanos, nos enteramos había fallecido hace unos días. Describían su importante aporte al fomento de la poesía y el teatro, especialmente en lo “chiquito”, en diferentes comunidades de Mérida. Gonzalo me contestó que “Del conde no hay muchos datos biográficos, lo que hay son anécdotas, verdaderas o falsas”, pues aquí tenemos esas anécdotas, que bajo la pluma de Gonzalo, nos muestran un poco de quien fue, o no, “Le Comte Bleu ”.    

LE COMTE BLEU

Texto y foto: Gonzalo Fragui

Alcides Rivas Ávila (Le Comte Bleu D´Autre Soleil). (Barinas, 1947- Mérida 2019). Poeta, pintor, actor. Publicó el poemario “Pacha Mae” y la revista literaria “La Gacela Polar, estación cósmica de Poesía”.

De El Conde Azul escribió Gelindo Casasola: “Dicen las crónicas marcianas que Le Comte Bleu D´Autre Soleil nació en Júpiter, en forma de un ruiseñor de alas silvestres. La vida material necesitaba de más mezquinas apariencias y a ello se debe su nombre supuesto de Alcides y su fraudulento lugar de nacimiento. Pero él ha seguido siendo hechicero e ilusionista, sonámbulo, consanguíneo de las libélulas. Ah, y poeta. En sueños que son la forma más espléndida de lo real ha visitado los países Bangkok, Lbji Liubliana, Etiopía, los países Altos, el Cenotafio y los mares embravecidos. Muchos entre los que lo conocen también lo desconocen”.

 EL CUARTO REY MAGO

Preguntaron a un niño quién creía que era Le Comte Bleu, y él respondió:


– Yo creo que es uno de los reyes magos a quien se le extravió el camello.

TALLER ESPECIAL

En las noches el Conde Azul reunía a los niños en la plaza del pueblo. Cada vez había más. Los padres, siempre sospechosos, querían participar pero sólo estaba permitido el paso a personas que no tuvieran prejuicios. Un día un señor muy preocupado le preguntó al Conde que para qué eran esas reuniones. El Conde le explicó que estaban haciendo un taller para tocar estrellas. El señor, sin darle importancia al taller, dijo que eso era muy fácil, y para demostrarlo levantó un poco los pies, estiró un brazo e hizo como si tocara una estrella. El Conde lo escuchó pacientemente y al final se defendió:

– Sí, pero este taller es especial.

– Especial, ¿por qué?, a ver, dígame qué tiene de especial.

– Bueno, porque es un taller para aprender a tocar las estrellas –y aquí fue enfático- pero sin empinarse.

LE COMTE BLEU

Un día, Alcides Rivas, Le Comte Bleu, invita a tomar cerveza a los poetas Avílmar Franco y Arnulfo Quintero. Empiezan a pedir cerveza y cerveza y como a las tres de la mañana el mesonero les pide que paguen la cuenta porque va a cerrar.

Ninguno de los poetas tenía dinero pero esperaban que el Comte pagara porque era el que había invitado. Efectivamente, Alcides se metió la mano en el bolsillo, sacó una piedrita blanca de río, se la entregó al mesonero y le dijo:

-Tome, buen hombre, este diamante, páguese la cuenta, y quédese con el vuelto.

El mesonero llamó a la policía y se llevaron presos a los tres poetas.

EL PICNIC DE LE COMTE

Una vez Le Comte Bleu estaba sin dinero y nadie quería ya hospedarlo. Así que le recomendaron que pusiera una lona en la azotea del Edificio Albarregas y que durmiera allí por unos días. Efectivamente, alguien le consiguió una sombrilla gigante, otro le regaló un colchón, y otro unas cobijas. El Comte se instaló en la azotea.

Varios días después no se tuvo más noticias del poeta. Los amigos se preocuparon y quisieron verlo, podría estar enfermo. Entonces subieron y encontraron al Comte en pantaloneta, cogiendo sol, tomándose una botella de ron, fumando su cigarro y bañándose en el tanque de agua del edificio.

RÍOS

En una oportunidad llovió mucho en Mérida. Todos estaban muy preocupados por el Conde Azul. El Conde tenía una casita humilde muy cerca de uno de los ríos que atraviesan la ciudad.

Efectivamente una madrugada el río creció y se llevó varias casas, algunos sembradíos que usaban abonos químicos y todas hondas o flechas para matar pajaritos. Pero a la casita del Conde ni la tocó.

Todos le preguntaron al poeta cómo había logrado eso, qué había hecho para que el río no se metiera con él. El Conde, que también estaba sorprendido, sólo respondió:

-Debe ser porque yo le leo poemas todas las mañanas.

“EL SILENCIO”

A mano alzada y con letras artísticas (o artríticas) el cartel del Teatro Baralt, de Maracaibo, anunciaba su nuevo espectáculo:

“EL SILENCIO”

El último grito del Teatro en París

Un monólogo íntimo

Con el Primer Actor

Le Comte Bleu D’Autre Soleil

Una obra que lo dejará pasmado

de comienzo a fin

El público pasa de espectador pasivo

a Actor Principal de una histeria colectiva.

8:00 pm.

Única función.

Así decía el cartel.

El público se agolpó a las afueras del Teatro, y tuvo que intervenir la policía porque no había suficientes butacas para tantas personas. A las 8:00 en punto subió el telón y lo primero que sorprendió fue el exceso de sobriedad en la decoración. Apenas una silla, donde estaba sentado el poeta Alcides Rivas, mejor conocido como Le Comte Bleu D’Autre Soleil. El poeta tenía la cara pintada, las manos sobre las rodillas y sin articular palabra miraba al infinito. Así pasó el primer minuto, el segundo, el quinto. A los diez minutos ya la gente empezaba a impacientarse. Pasaron diez minutos más, el poeta se levantó, hizo una genuflexión y dijo:

– Muchas gracias, ha terminado la obra de teatro.

El público se enardeció. Unos gritaron “fraude”, otros se subieron al escenario mientras el poeta huía con la silla por los camerinos, lanzaron tomates, rompieron asientos, destrozaron cortinas. En fin, la histeria colectiva.

Tal como lo anunciaba el cartel.

BANQUETE

Mariú acababa de llegar de los Estados Unidos y quería ver de nuevo la ciudad. Henriette, su hermana, la acompañó y le fue mostrando los cambios. Donde había una librería ahora vendían cerveza, donde antes tomaban café ahora ofrecían ropa íntima femenina. En esas estaban cuando se cruzaron con el Conde Bleu. Henriette dijo en voz baja a su hermana que se trataba de un poeta.

– ¡Un poeta!- exclamó Mariú, juntando las manos y poniendo los ojos en blanco.

El poeta saludó galantemente y preguntó qué planes tenían para ese día. Ellas dijeron que ninguno.

– En ese caso las invito a un banquete.

– ¿Verdad?- preguntó Mariú- ¿Dónde, cuándo?

El poeta miró el cielo, consultó su reloj de cadena, y respondió:

– Hoy mismo, a las cinco, en mi palacio.

– ¿Y qué llevamos?- quiso saber Mariú.

– Un vinito estará bien.

Henriette dio un codazo con disimulo a Mariú, que ni lo sintió porque estaba maravillada con el poeta.

– Bueno, Ladies, las espero esta tarde en mi pent-house del edificio Albarregas. Eso sí, no me vayan a fallar.

– Noo, cómo se le ocurre.

El poeta se despidió amablemente y se marchó.

Henriette advirtió a su hermana que, según ella tenía entendido, el poeta no poseía fortuna alguna, trabajo conocido, ni mucho menos un palacio. Mariú dijo que la vida daba muchas vueltas, quién sabe si el poeta se había ganado la lotería o algún premio literario importante. Compraron la botella de vino y regresaron a casa presurosas para ponerse ropa apropiada para la ocasión. Cerca de las cinco de la tarde tomaron un taxi y buscaron la dirección que les había dado el poeta. Llegaron al edificio Albarregas, que estaba habitado fundamentalmente por estudiantes y ecologistas, y empezaron a subir las escaleras.

– Quién hubiera pensado que este edificio tuviera un pent-house- comentó Henriette.

Subieron todas las escaleras, llegaron a la azotea y se encontraron que allí lo único que había era el tanque de agua del edificio. Como no vieron a nadie empezaron a llamar al poeta.

– Señor Conde bleu, señor Conde bleu, yúju, somos nosotras…

De pronto, del tanque surgió la figura del poeta, quien se alegró de verlas.

– Han llegado ustedes en el momento oportuno para el gran banquete. Ah, pero veo que han traído vino, déjenme traer unas copas de cristal de Bohemia- dijo el poeta que se volvió a meter en el tanque.

Hubo un ruido de platos y latas dentro del tanque y luego regresó el poeta con varios pocillos de peltre.

– Disculpen, pero es que mi vajilla está sucia, al mediodía tuve otros invitados y le he dado el día libre a mis sirvientes.

El poeta abrió la botella, sirvió abundante vino, y preguntó a las chicas que si estaban preparadas para el banquete. Ellas dijeron un tímido ya que sospechaban que algo raro estaba pasando porque no veían mesas servidas ni olía a comida por ninguna parte. El Conde las abrazó, se colocaron los tres frente a la Sierra Nevada, y el poeta exclamó:

– Disfruten de este banquete de atardeceres, de esta ensalada de verdes, de estos frutos crepusculares, con agüita que baja de la montaña, como el verso del poeta Ramón Palomares.

Las muchachas se miraron y salieron corriendo escaleras abajo sin poder aguantar la risa. El poeta mientras tanto seguía enumerando las delicias:

– De aperitivo tomaremos un ligero licor de cínaros y de postre un helado de frailejón con miel de abejas y díctamo real.

Cuando el poeta se dio cuenta que se había quedado sólo, escanció otro trago de vino y pensó para sus adentros:

– Debe ser que no le gusta la comida vegetariana.

MÚSICA PITAGÓRICA

a Amílcar Rivas

El Teatro de Maracay estaba a reventar. Un músico desconocido llamado Hilario, como el secretario de la Academia de Platón, (en realidad era Le Comte Bleu), había colocado una extraña publicidad por toda la ciudad, donde lo único que anunciaba era un concierto de música dictada por el mismísimo Pitágoras. Avisos en papel de envolver fueron pegados en paradas de autobuses, cafeterías, plazas públicas, con frases que recordaban que sólo Pitágoras había escuchado la música de las esferas, de los astros.

Llegada la hora apareció el músico con una rara indumentaria, blue jean, frac de levita, descalzo y despeinado, como cualquier director de orquesta. Saludó al público, colocó las partituras y se entregó de lleno al piano. Empezó con toda normalidad pero, a medida que pasaba el tiempo, el músico tocaba con una mano, con dos, con una mano y un pie, con las dos manos y un pie, con las dos manos y los dos pies, con los dos pies y la nariz, a veces de frente, a veces de espalda, a veces acostado en el piso, a veces encaramado en la banqueta. La gente reía de las excentricidades del músico pero todos estaban extasiados porque lo que escuchaban sonaba muy bien. Los más conocedores, los más cultos, intentaron adivinar el autor o los autores de la música. Algunos opinaban que quizá Chopin, Debussy, Haydn, pero rápidamente se retractaban y confesaban que era la primera vez que escuchaban esa maravilla.

Al terminar, Hilario agradeció al público, se retiró a los camerinos y dejó las partituras sobre el piano. Rápidamente, alguien del público lo llamó.

– Maestro, Maestro, ha olvidado usted las partituras.

– No importa, ya Pitágoras me dictará otras– dijo el músico sin inmutarse.

Entonces se produjo una avalancha sobre el escenario. Todos querían apropiarse de las inéditas partituras. Hubo golpes, empujones, forcejeos, hasta que por fin un músico de las primeras filas se hizo del premio. Al abrir la carpeta no podía creer lo que sus ojos estaban viendo: sólo había ecuaciones, polinomios, raíces cuadradas, integrales triples.

Se trataba de un libro de matemáticas de la secundaria.

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