[VENEZUELA] ¿Despegue económico en 2020?

Carmelo da Silva*

El Vicepresidente económico de Venezuela, Tarek El Aisami, tras su regreso de Rusia acompañando al presidente Nicolás Maduro, dio unas declaraciones donde afirmó que el año 2020 será el año del «despegue económico de Venezuela».

Literalmente lo que dijo fue: “El año 2020 tiene que ser para derrotar esta derecha que pretendió por cinco años la entrega del país a los intereses yanqui, es el año del nuevo comienzo económico, Venezuela va a tener una nueva economía con ingresos diversificados distintos a la renta petrolera producto de la minería, la actividad gasífera y agrícolas, es el año del despegue económico”.

En las redes sociales la aseveración fue objeto de descrédito y burlas, tanto por parte de oposicionistas como de oficialistas, muchos de los cuales no dudaron en recordar que era más o menos la quinta vez en cinco años que vienen escuchando lo mismo. Y este servidor, que tuvo la oportunidad de oír la noticia en una unidad de transporte público, fue testigo de los comentarios con sorna y las miradas incrédulas que se cruzaron desde el chofer hasta el último pasajero.

¿Pero por qué esta reacción por parte de gente que más bien debería tomarse como una buena noticia el anuncio del Vicepresidente económico de que a partir del año que viene la situación crítica que vivimos se revertirá?

Bueno, seguramente la principal razón es que en sentido contrario lo dicho por el vicepresidente supone que todavía nos quedan quedan varios meses de sufrimiento, pero también pasa que al no tratarse de una «buena nueva» sino una afirmación que con variaciones la gente viene escuchando al mismo ritmo que la situación empeora, no puede esperarse que tengan exactamente expectativas positivas frente al anuncio.

Y de hecho, ésta puede que sea una de las cosas más graves que enfrenta nuestro país tanto en materia económica como en otras: que una buena parte de la población ya no abriga expectativas positivas y más bien luce convencida de que todo empeorará irremediablemente.

Pero lo peor del caso es que no parece tratarse de un juicio apresurado o tergiversado. Por el contrario. Más allá del oscurantismo de indicadores oficiales, es bastante obvio que las cosas cada año van peor. Así pues, no es que la gente se haya vuelto pesimista por gusto o esté confundida por la propaganda enemiga.

Cuando una mira la realidad individual y colectiva, cuando saca cuentas de todo lo que una familia debe hacer para adquirir los mismos alimentos, cuando mira la cantidad de negocios cerrados, de gente que ya no trabaja, de lo rápido que se llega ahora en Caracas de un sitio a otro no por lo bueno de las vías sino por la disminución drástica del parque automotor en una ciudad otrora famosa por sus atascos vehiculares, etc., entiende que se trata de un criterio que encuentra correspondencia en la realidad empírica de todos los días.

Y también en la macroeconómica, si le ponemos cifras oficiales a la cosa, debemos tener presente que hasta el tercer trimestre de 2018 (última data oficial publicada), la caída del PIB entre 2014 y 2018 acumula un -52%. Si alargamos hasta agosto de este 2019, ya superó con facilidad el -60%.  Y es bastante probable que para las próximas navidades (dentro de tres meses) la caída ya haya superado el -70%.

Se dice fácil, pero eso significa que la economía venezolana puede cerrar este año con un solo un 30% de su tamaño en 2012-2013. Se trata del descalabro económico más significativo a nivel mundial de los últimos años, solo comparable con el de países envueltos en guerra devastadoras, como Libia, Yemen y Siria.

Pero incluso algunos indicadores son peores en Venezuela que en dichos países. Si comparamos con Siria, debemos considerar que en el país árabe el salario mínimo ronda los 95 dólares, lo que permite comprar poco más o menos que una canasta básica alimentaria para una familia de cuatro personas durante un mes (unos 80 dólares). O a una persona ir 19 veces a un restaurante promedio.

En cambio, en Venezuela, el salario mínimo actual tomado al tipo de cambio del viernes 27 de septiembre pasado, equivale a 1,9 US$, lo que lo coloca como el segundo más bajo del mundo solo superado por Uganda (1,8). Con eso solo se puede comprar la mitad de una hamburguesa y habría que juntar unos 18 salarios mínimos para hacerse con la canasta básica.

¿Pero es realmente irreversible la tendencia?

En principio, lo que hay que decir frente a esta interrogante, es que pese a lo grave del cuadro actual no hay por qué asumir fatalistamente que es imposible detener la estrepitosa caída de la economía venezolana y revertir la tendencia.

El que tenga cinco años en caída libre y hayan fracasado todos los intentos gubernamentales previos incluyendo el actual, no significa que tenga que seguir siendo así. No siempre la experiencia de lo que fue determina lo que será. Allí por ejemplo está el caso de Siria, que entre mediados del año pasado y éste se ha venido recuperando, en la medida en que se consolida la paz y el control institucional sobre los territorios en disputa.

Ahora, si bien hay que huir del fatalismo, hay que hacerlo también del optimismo ingenuo, que en las proyecciones para el 2020 del vicepresidente económico venezolano se transforman en oferta irresponsablemente demagógica. Y esto ya no tiene que ver nada con sobre si lo que ocurrió diez veces decide lo que puede o no ocurrir una vez más. Tiene que ver con las condiciones reales que enfrenta Venezuela en el actual momento y los meses que vendrán.

A este respecto, debemos tomar en cuenta que pese a la gravedad la situación venezolana no es inédita. Ya hablamos del caso de Siria. Pero de hecho Venezuela misma ha atravesado situaciones muy complejas de las cuales se ha recuperado, siendo la más reciente y significativa la coyuntura 2002-2004, cuando el PIB cayó -16,7% entre 2002 y 2003 (en medio de golpes de estado y sabotajes petroleros contra Chávez) para recuperarse 18,3% en 2004 y 52% en el quinquenio 2004-2008, interrumpido por la caída de la economía mundial tras el descalabro financiero de 2008.

Por otra parte, hay que considerar que a nivel planetario se han visto casos similares, siendo la tendencia que mientras más profundas son las caídas más grandes parecen ser las recuperaciones. El caso de Venezuela a partir de 2004 es ejemplo de ello. No obstante, hay que acotar que eso tiene un límite. Y ese límite es si la caída de la economía no supone una destrucción de la capacidad productiva instalada y los servicios necesarios para ponerla de nuevo en marcha.

En la Venezuela de 2004, la recuperación rápida y prolongada fue posible no solo por el genio y empuje de Hugo Chávez, sino además porque la pronta acción de su gobierno no permitió que el sabotaje realizado a PDVSA la colapsara, y a la par, se hicieron las inversiones necesarias en materia de servicios e infraestructura. Pero todos en Venezuela estamos claros -incluyendo a los más furibundos maduristas- que ese está muy lejos de ser el caso del gobierno actual. Para muestra está el botón de PDVSA, produciendo a niveles de hace 70 años atrás…

Pero también sirve de muestra el tema eléctrico, que junto a la restricción de financiamiento en divisas, el bloqueo económico y la irresponsabilidad de la conducción económica oficial conforman las principales trabas para encabezar una senda recuperativa. Son temas muy extensos que merecen explicaciones más detalladas. Pero solo para tener una idea de lo que estamos hablando, tomemos en cuenta que pese a tener la cuarta hidroeléctrica más potente del mundo, Venezuela produce actualmente el 50% de la electricidad generada en 2018.

Eso explica más allá de los sabotajes la situación de precolapso de su Sistema Eléctrico Nacional, precolapso que no derivado en definitivo «gracias» a que la profunda crisis económica ha hecho caer también la demanda eléctrica en proporciones similares. No obstante, el tema aquí en lo que a nuestro tema concierne es que para poder iniciar una senda de crecimiento económico hace falta electricidad.

Y lo cierto es que con los niveles actuales eso no es posible, al menos claro que para empezar a encender las fábricas actualmente paradas le quitemos la poca luz que están usando los hogares.

En lo que al financiamiento en divisas refiere la situación de PDVSA hace que, pese a los precios del petróleo actuales, los ingresos extraordinarios no merezcan ya ese calificativo. Además está el bloqueo, que quitó a Venezuela el mercado CITGO y sabotea otros.

La banca privada nacional tampoco puede actuar ahora de factor de apalancamiento, empequeñecida al punto que si todos los bancos se pusieran de acuerdo y constituyeran una cartera de crédito conjunta ésta solo tendría algo más de 50 millones de dólares. La publica ni se diga. Las inversiones extranjeras brillan por su ausencia, a pesar del ajuste salvaje de la mano de obra y demás condiciones de sobre explotación para recursos y subsidios arancelarios ofrecidos por el gobierno.

Nada indica que esta situación cambie, fuera de las inversiones hechas por rusos y chinos en condiciones que le benefician a ellos pero no necesariamente a nosotros, más allá claro de que se convierten en cobertura para evitar agresiones más radicales por parte del gobierno norteamericano.

Y conste que no hemos hablado del peliagudo tema de la deuda, siendo que en la actualidad estamos en default, con varias demandas en curso, con un bloqueo financiero que no permite refinanciar y un gobierno que escogió el peor de los caminos que lo puso en la peor de las situaciones: pagar sin condiciones cuando tenía capacidad de pago, argumentando que era la única forma de contentar y tranquilizar a “los mercados”, que no solo no se tranquilizaron ni contentaron sino que ahora van por más.

Aprovechan la situación desesperada de quien se quedó sin plata para pagar y solo puede empeñar y rematar sus bienes. Solo para terminar de ilustrar el punto, considérese que estamos hablando de una deuda que ronda los 150 mil millones de US$. Lo que en tiempos de Chávez eran dos años de ingreso petrolero. Pero en los actuales de Maduro unos 30.

¿Qué hacer?

La situación venezolana es realmente de pronóstico reservado, para decirlo usando el famoso lugar común. Sin embargo, parte del principio de la solución pasa, en mi criterio, por ser realmente conscientes de esta gravedad, lo que nos pondría en situación de estimar en su justa dimensión el reto que tenemos al frente. El problema es que éste no es el caso del gobierno actual, demasiado ocupado en su sobrevivencia incluso si eso supone sacrificar el legado de la revolución que dice defender.

Venezuela necesita un plan de recuperación que no es de recuperación sino de reconstrucción, que debe empezar por mover los balancines nuevamente, por prender las luces y tender los cables, hacer que el agua vaya por las tuberías, el combustible salga por los surtidores, en el campo se siembre lo básico, etcétera, como si se tratara de un país que sale de una guerra, aunque nunca haya estado en ella realmente pero tampoco haya salido del todo todavía.

*Consultor de entorno económico y riesgo político, colaborador del Centro latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)

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