[VENEZUELA] Un tratado nada recíproco

A 77 años de la suscripción del Tratado de Reciprocidad Comercial con EEUU

A menudo se aborda el tema del rentismo como si fuera un asunto cuya naturaleza es inmanente a la vida económica venezolana; razonamiento que llevaría a desechar a priori cualquier posibilidad de su superación, ocultando la conjunción de los intereses de las clases dominantes, ávidas de asegurarse su acumulación originaria de capital frente a la abrupta expansión petrolera que emergía como sangre nueva para el capitalismo.

Frente a este auge petrolero, las transnacionales imperialistas garantizaron la instalación de un esquema de captación de la renta internacional petrolera, coronado en 1928 en el castillo de Achnacarry en Escocia, con la conformación del cartel petrolero de las 7 hermanas (Standard Oil of New Jersey, New York y California, Royal Dutch Shell, Anglo-Iranian Oil Company, Gulf Oil Corporation y Texaco), orientado a concentrar la hegemonía de la industria petrolera en los territorios provistos y la beligerancia en el mercado internacional.

En Venezuela, discurría la discusión entre Vicente Lecuna (propietario del Banco de Venezuela) y Gusmersindo Torres (Ministro de Fomento de Gómez) en torno a la Ley de Hidrocarburos de 1920 y la disputa por el método de captación y destino del ingreso petrolero, que significaba en el fondo la disputa entre la clase terrateniente que procuraba su captación por vía de la renta del suelo, para invertirla en el “desarrollo agrícola nacional”, y la clase comercial-financiera que buscaba la captación de dichas divisas, por vía de los impuestos administrados por el Estado (a través de la banca privada) y su posterior utilización en la importación de mercancías.

La protesta de las transnacionales petroleras, el despido de Torres como ministro, el tráfico de concesiones petroleras por parte de los terratenientes, la ausencia de una reforma agraria, y sobre todo, la lógica interna del naciente Capitalismo Rentista, como régimen de intercambio de mercancías bajo la hegemonía de la propiedad privada de los medios de producción y sostenida por la renta del suelo, como pago por el derecho a la explotación de petróleo en terrenos propiedad de la nación, generaron las condiciones para que la pugna fuera resuelta a favor de la naciente oligarquía comercial y financiera que impondría su visión e intereses a través del esquema que propusiera Lecuna, y resume Baptista como: “una política de librecambio y aranceles bajos, y con la abundante renta petrolera puesta en circulación por los diferentes mecanismos del presupuesto gubernamental, se abarataría de inmediato y de manera considerable el nivel de vida en Venezuela, al importarse alimentos de todo género y productos de consumo…”1, esterilizando así la posibilidad del proyecto agroindustrial nacional que otros sectores de la burguesía buscaban concretar.

Este modelo logró que el ingreso petrolero rentístico independizara la demanda de la oferta en el caso venezolano, es decir: “El petróleo permitió ampliar los límites objetivos de la actividad mercantil sin ninguna transformación interna. El petróleo emancipa la demanda de las fuentes internas de producción. Al hacerlo es ya factible que el comercio crezca de espaldas a la realidad íntima del país. Aún con la más generalizada miseria campesina podían los comerciantes hinchar su prosperidad porque el ingreso petrolero, domiciliado en las grandes ciudades de la costa, sostenía una demanda de invernadero.”2

A Venezuela le fue otorgado el rol de proveedor de petróleo barato y consumidor de mercancías provenientes de los principales centros comerciales del planeta, en el marco de la división internacional del trabajo. Sin embargo, la Segunda Guerra Mundial y sus consecuentes inconvenientes con el abastecimiento de mercancías, provocó en las periferias, iniciativas y proyectos industriales que pronto debían ser aplacados; así es que se suscribe el 6 de Noviembre de 1939 el Tratado de Reciprocidad Comercial con EEUU, que determina el triunfo del proyecto captador de divisas e importador. Paradójicamente el tratado fue suscrito por Manuel Egaña, Ministro de Fomento de López Contreras y uno de los artífices (junto a Adriani y Uslar Pietri) del proyecto agroindustrial (no menos capitalista) de “sembrar el petróleo”.

Desde entonces las relaciones de Venezuela con EEUU, su principal mercado exterior, estarían enmarcadas en este tratado, asegurando a esta nación bajos aranceles y la condición de nación más favorecida, para una larga lista de productos industriales de baja composición técnica, a cambio de la reducción a la mitad (de 0,24 US$ a 0,105 US$) del nuevo arancel para el petróleo importado desde Venezuela.

El Tratado fue ratificado el año siguiente, prorrogado en 1952 por Pérez Jiménez, denunciado en 1972 por el gobierno de Caldera y cuestionando desde la política proteccionista del gobierno de Medina quien «en la práctica dirigió sus esfuerzos a limitar las importaciones y asignar cupos y prioridades. No faltaban las divisas (…) pero impidió las importaciones de productos industriales al restringir los cupos de transporte, y las de maquinaria al limitar la producción en los países industriales… El intento de restringir la importación de los artículos de consumo que podían producirse en Venezuela, llevó a la escasez y al alza de los precios y suscitó la oposición cerrada del capital importador y financiero, concretizándose en la fundación de su organización de presión FEDECÁMARAS, en 1944. A ellos se unió Acción Democrática, el partido populista de Rómulo Betancourt, pidiendo la baja de los precios de consumo por medio de la liberalización de importaciones»3 provocando el consecuente Golpe de Estado del 45.

El tratado se constituyó en un modelo de «desarrollo», que frenó, retrasó, y deformó el proceso de industrialización nacional, imponiendo patrones de consumo y afectando directamente al empleo nacional, perpetuándose el esquema en que «las compañías norteamericanas explotan nuestras materias primas, las insumen en buena parte, nos venden artículos y servicios a precios promedios más altos que el resto del mundo y trasladan a su país más fondos financieros que los que hacen ingresar al nuestro, poniéndose de manifiesto la entera desigualdad y el crónico desequilibrio de estas relaciones bilaterales»4.

Notas

1 Baptista, Asdrúbal. Itinerario por la Economía Política. La Economía Política de Venezuela. Año 2012.

2 Domingo Alberto Rangel. Los andinos al poder, balance de la historia contemporánea 1899-1945. Editores Mérida. Año 2006.

3 Melcher, Dorothea. La industrialización en Venezuela. Revista Economía Nº10

4 Maza Zavala, Domingo. Los mecanismos de la dependencia. Fondo Editorial Salvador de la Plaza. 1973

*Artículo originalmente publicado en la edición 19 del periódico Politi-K / @Politik_ve

Publicaciones Similares

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *