[OPINIÓN] El reformismo y la revolución venezolana

Comencemos refiriéndonos rápidamente a que es “reformismo” en política y cuáles son sus orígenes inmediatos. Decimos “rápidamente”, porque nuestra intención está muy lejos de intentar un estudio detenido sobre el tema, asunto sobre el cual se ha escrito mucho y desde muy distintas perspectivas; además ubicamos el problema en el campo político para que quede claro que vamos a evitar, pues para los fines concretos que perseguimos lo consideramos inútil, discusiones que nos lleven a campos puramente conceptuales.

Orígenes del reformismo

Hablar de reformismo obliga referir, primariamente, a Eduardo Berstein, intelectual alemán que es sin dudas su padre (o su abuelo, como acertadamente lo llama Néstor Kohan). Bernstein es sin dudas un intelectual muy serio que,  si se dispone de tiempo, vale la pena leer. Por lo menos sería importante revisar “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia”, trabajo en el cual desarrolla sus tesis políticas sobre esta corriente.

El asunto podemos decir que comienza cuando Bernstein insiste en que Marx, y su dialéctica, no tienen nada que ver con Hegel sino que más bien se inspira en Kant.

Hegel es quizás, el más grande sintetizador de la dialéctica, que hoy muchos aceptamos que no es una forma de pensamiento originada exclusivamente del pensamiento griego y que más bien los griegos, Heráclito por ejemplo,  fueron una suerte de sistematizadores de un pensamiento anterior que mucho después Hegel terminó de concretar.

Kant, fue un pensador alemán, esencial,  de la así llamada filosofía clásica alemana, corriente de partidarios de una revolución burguesa en Europa. La diferencia esencial entre Kant y Hegel, es que Kant siempre se manejó con las formas de pensamiento de Aristóteles, la llamada lógica formal; la que Kant, luego de establecerle variaciones, fundamentales algunas, llamó lógica trascendental. Mientras que Hegel se centra en el pensamiento dialéctico y sus formas lógicas.

Como ya decíamos, no es este el espacio para profundizar en este asunto del pensamiento de estos dos filósofos. Hacemos esta referencia introductoria solo por una razón, y es la ocasionada por la confrontación entre esa afirmación de Berstein, según la cual “Marx no tiene nada que ver con la lógica dialéctica de Hegel” y la contundente a afirmación de Lenin: −Quien no conoce y no estudie a fondo este libro [“La ciencia de la lógica” de Hegel] poco va a comprender de “El capital” de Marx−.

Todo este lío dio origen, en Berstein al pensamiento reformista, que se caracterizó por lo siguiente: Para él, el socialismo no derivará de un proceso de revoluciones, de enfrentamientos de clases –proletariado contra la burguesía− y contra sus mecanismos de control social, el estado, el ejército, la policía, el mercado, la religión etc. Y por lo tanto no ocurrirá por saltos cualitativos, rompimientos y rupturas sociales e históricas. Sino más bien propone, basado en Kant, que el socialismo vendrá a través de la producción cooperativa de riquezas, las elecciones libres y los sistemas parlamentarios. Razón por la cual rechaza, metódicamente, cualquier acción revolucionaria consecuencia de la respuesta popular a la violencia que el poder de la propiedad genera habitualmente. Acciones que termina de calificar taxativa y únicamente como “violencia”. Berstein termina entonces creando una corriente política que  niega la existencia de la lucha de clases, y por lo tanto la necesidad de la revolución socialista, defiende  la conciliación  de clases y confía en que por medio de reformas es posible convertir el capitalismo en una sociedad de “prosperidad general”. (Cualquier parecido con las posturas de algunos muchos representantes del gobierno actual no es simple coincidencia).

El devenir del reformismo

Desde la revolución soviética hasta el euro-comunismo, pasando por los tres momentos latinoamericanos que marcaron nuestras épocas anteriores a Chavéz, la Cuba socialista, el Chile de Allende y el sandinismo de Nicaragua, se ha desarrollado una discusión que en el fondo se basa en el problema del poder y que en más de un sentido, en lugar de discutirlo lo que se hizo fue evadirlo. Y ahí está quizá la verdadera diferencia de Marx con el reformismo pues éste, desde que se relacionó con la liga de los comunistas, afirmó que el cambio para romper con la explotación que genera la propiedad privada sobre los medios de producción y la apropiación de la riqueza generada por el trabajo, solo puede hacerse a través de la lucha de clases, de forma tal que esta se convierte en el motor de la historia.

En realidad el reformismo actual no presenta ninguna propuesta ni nueva y mucho menos íntegra, pues se origina en una mezcla indiferenciada de ideas tomada de las distintas formas de pensamiento eurocéntrico que vienen desde el enciclopedismo hasta formas actuales de cristianismo, este último de origen estadounidense (que no cristiano), y que son formas no solo acríticas, sino profundamente acomodaticias y que reúne en una sola camada a “pensadores” de izquierda y de derecha en un cuadro deforme que se usa para esconder, o intentar hacerlo al menos, la clara limitación conceptual de sus teóricos (no voy a nombra a ninguno, por dos razones, primero porque son muchos, algunos pretendidamente marxistas, y segundo porque por el hecho de ser muchos corre uno el riesgo de dejar de lado alguno importante. Es fácil conseguirlos en la red)

El vicio principal de todas las teorías sociales reformistas estriba en intentar hacer compatible lo incompatible: pretender que desde la propiedad privada se pueden alcanzar formas de justicia social, que la desigualdad social no impide el bienestar gene­ral. Se declara, así, que la dialéctica ha muerto, se pretende un evolucionis­mo vulgar, simplemente quitándole la «r» a “revolución”, se desecha como nefasta cualquier idea de materialismo, se califica de mito, o al menos de ingenua utopía, la tendencia histórica de las sociedades hacia formas de producción Socialista (notemos que hablamos de tendencia que dependerá indudablemente del desarrollo de la lucha de clases y nunca del cumplimiento de un cierto dogma) y desde una alianza con las formas nuevas de clericalismo, no solo católicas, convierte la identificación entre ciencia y la religión en propuesta programática de la socialdemocracia de derecha en el poder en la mayoría de los países de América.

Además una de las características fundamentales de los líderes del refor­mismo contemporáneo es su anticomunismo, a veces declarado y a veces disimulado. Quizá pensando en ello, Fidel en alguna ocasión decía algo así “para ser revolucionario no es necesario ser comunista, pero un anticomunista no puede ser un revolucionario”

Estas son algunas de las características que hacen manifiesto, por debajo de cuerda ese anticomunismo. Se comienza rechazando la propuesta marxiana de la explotación del trabajo, y por tanto de la plusvalía, de la explotación capitalista, pretendiendo que la “injusticia” social puede ser resuelta con leyes democráticas y libre mercado. Luego, se niega la explicación que el marxismo da al Estado, a la violencia, a la democracia, a la ley, con la intención de hacer creer a los ingenuos que todos estos elementos son básicamente neutros, y por tanto en que sólo la “democracia” garantiza la libertad. Es decir, ya no es cierto que  la lucha de clases sea el motor de la historia, y por tanto la revolución ya no sólo no es factible, sino que es innecesaria. Basta que como pensaba Kant, seamos buenos y actuemos de buena fe. Así empezaremos a entender, que existe un capitalismo bueno, humano, en el que está la base esencial de la condición humana, y por ello las “intervenciones humanitarias” y el imperialismo de colores, son del carajo.

La conclusión a la que entonces llega esa forma, a veces sutil o a veces descarada de anticomunismo es que se rechaza la posibilidad de que sea el capitalismo el que destruye la naturaleza, aplasta a la mujer trabajadora y destruye a los pueblos, etc., y claramente entonces, el culpable no es el sistema económico basado en la propiedad privada. Es más bien el “hombre”, la condición humana que tiende al egoísmo y al individualismo. Asuntos que podrían ser resueltos  con ciertos cambios “culturales”, que produzcan mejor adaptación al libre mercado y aumente la productividad individual, todo ello basado en el establecimiento de un nuevo ideal de vida donde reine la justicia universal, cambios logrados a través de un nuevo cristianismo (que no es tan nuevo, porque viene por lo menos desde las reformas de Calvino), y que sin ninguna sorpresa (re)surge desde los Estados Unidos.

Históricamente, las situaciones pre-revolucionarias siempre se han enfrentado al reformismo. La revolución rusa, para llegar hasta donde llegó, tuvo que superar, tanto en el debate ideológico como en el estratégico, a las corrientes reformistas de la socialdemocracia rusa. Por el contrario, la victoria de los reformistas en los momentos de mayor agudización de la lucha de clases, ha significado el fracaso de la revolución socialista como lo demostraron la revolución alemana de 1918 y la de 1923.

El reformismo y la Revolución Bolivariana

Y este, también ha sido un debate que aun cuando está presente en la Revolución Bolivariana desde sus inicios, por distintas razones e intereses, no se ha hecho explícito. Se pretende, simplemente, que esto no pasa de ser un enfrentamiento, no plenamente justificado, entre corrientes de “línea dura” y las corrientes de “línea moderada”. Según esta simplista visión, la línea moderada, afincada esencialmente en las esferas del gobierno,  considera los avances de este como fines en sí mismos, apostando a un cambio gradual basado en reformas promovidas desde el Estado que garantizarán así la estabilidad social y la paz. Por ello en aparente defensa de la constitución y del Chavismo, tanto el PSUV como el GPP, caen en la  proclamación de un respeto irrestricto a la propiedad privada, con todas las consecuencias sociales y políticas que ello tiene.

Si bien en vida de Chávez, estas corrientes hoy mayoritarias en la dirección se enfrentaron sobre diversos temas (la política de expropiaciones, por ejemplo), se puede decir que ambas coincidían en el carácter electoral y progresivo de la revolución, sin embargo también han existido dentro de esa misma dirección existen o existieron corrientes marxistas que desde una relación coherente con las corrientes populares,  insisten en la necesidad de una transformación socialista de la sociedad. Detrás de esa supuesta concepción de línea moderada se esconde el más completo reformismo y la negación real de cualquier camino al socialismo.

Mientras tanto, desde esas corrientes que insistimos son hoy mayoritarias en el gobierno, se descalifica la llamada “línea dura” acusándola de carecer de sentido programático, de no entender que la condición global actual del capitalismo obliga a conciliar con el sistema para ir, poco a poco estableciendo cabezas de playa.

La revolución social, según esto, deja de ser el objetivo y todo se reduce al acomodo del sistema de mercado, que “bien manejado” produzca riqueza para todos. Insiste el reformismo que pensar lo contrario es simple inmediatez. Y así, con afirmaciones que pretender parecer válidas se intenta demostrar que hay que andar poco a poco para llegar lejos y lentamente para lograr cambios permanentes. Y se esconde el hecho de que cada instante que la revolución entregue al reformismo es un tiempo enorme que pierde el pueblo y que el asunto no es mejorar el sistema de mercado, que no es simple problema económico. Que la cuestión es eliminar, de cuajo, el sistema social-económico que se basa en la explotación, a través de la propiedad, del trabajo del pueblo.

Pero toda esa argumentación, cada vez más común cuando se intenta justificar la política desaforada de privatizaciones de las empresas recuperadas por la revolución bajo el argumento de hay que hacerlas productivas, cosa que según el reformismo solo lo puede hacer el productor capitalista, no logra de ninguna manera esconder la pavorosa situación de explotación y de pauperización a la que se ha venido sometiendo al pueblo. Todo eso sirve además para diluir, hacer trivial, la diferencia entre “derecha” e “izquierda”. Lo cual viene a ser otra manifestación más del anticomunismo del reformismo imperante.

El reformismo ha extendido sus redes de una forma realmente alarmante. Y sabe que ya no necesita de aquellas “guerras” que en tiempos anteriores no pasaban, de hecho, de congregar movimientos humanistas antisistemas como los foros sociales o el pacifismo en sus muy mediáticas manifestaciones. Realmente el poder parecía haber aprendido la lección. Y ya aparentemente no requiere de batallas sangrientas, de golpes de estado militares y holocaustos. Pareciese que ahora las batallas podían ser más sutiles y se librarían a través de gobiernos y organizaciones plurinacionales controladas por los mercados, a través de la deuda y el déficit, de la corrupción y de la manipulación mediática. ¿Quién necesita muertos y sangre si se cuenta con tanta precariedad y carencia? Kapucinski, el periodista poeta lo explicó muy acertadamente cuando, hace unos años, se le pregunto sobre el thatcherismo y decía: “la clave de su victoria residía en haber logrado imponer a los movimientos antisistema la idea de que una vida miserable de protestas siempre sería mejor que una muerte en lucha”.

El reformismo, por ello, se ha empeñado en que la educación esté únicamente enfocada hacia la producción, y la productividad (¿para qué necesita un esclavo el conocimiento?), y que los más pobres no solo terminaran aceptando las situaciones que más los afectan, sino que también terminen apoyando a quienes las crean, que los llamados partidos de izquierda terminen siendo apenas partidos de centro (o hasta de nada), organizaciones que han pasado de nutrirse ideológicamente de sus bases a decirle a sus militantes qué deben pensar y cómo deben actuar, invirtiendo el verdadero sentido de cualquier proceso participativo y revolucionario.

Pero lo que mejor parecía haber logrado el reformismo era la despolitización masiva, que logra que la persona común piense que la política más que peligrosa es innecesaria.

La única ideología posible sería el consumismo y el único valor, el dinero. Incluso el consumismo ha logrado, si no absorber por lo menos neutralizar muchos movimientos sociales y ha terminado convirtiéndolos en negocios rentables que además viven de la falsa postura de “estar en contra”, lo que forma parte de los engranajes de supervivencia del propio capitalismo.

Sin embargo, y por ello hemos colocado algunos condicionantes en las afirmaciones anteriores, la situación actual de varios países de Nuestramérica, donde parecía que el triunfo del neoliberalismo era indiscutible, y aun cuando ninguno de estos procesos –hablamos de Chile, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia…, están resueltos o en vías de resolverse, muestra que Chávez tenía razón y que la vía real de nuestros pueblos sólo puede ser encontrada desde nuestros pueblos mismos.

En Venezuela hoy, producto de la crisis económica y del viraje entreguista del gobierno, se han ido desarrollando con mayor profundidad las contradicciones a lo interno de un movimiento que se considera policlasista y que, por tanto, tiende a la conciliación de clases, tanto en su interior como en la conducción de la sociedad. La agudización de estas contradicciones ha permitido una diferenciación entre la izquierda realmente popular y una derecha gubernamental, aun cuando es indudable que ésta última posee  importante influencia sobre amplios sectores del movimiento popular.

Aunque persiste alguna izquierda todavía dentro de la dirección del gobierno, esta es notablemente heterogénea y completamente inorgánica. Las posibilidades reales que le quedan al proceso bolivariano es la búsqueda desde el pueblo y desde sus propias construcciones. Sin ninguna duda el pensamiento revolucionario de Hugo Chávez, se instituyó en el seno del pueblo y eso hace que el chavismo exista realmente, y mucho más allá de lo que muchos representantes del reformismo oficial, como Castro Soteldo, Lacava o El Aisami, para nombrar solo tres en una lista por demás incompleta, quieren o les conviene aceptar.  Y es desde ese pueblo empoderado, en buena parte desde el proceso comunal en formación, donde se podrá salvar las posibilidades revolucionarias aún vigentes en Venezuela. El reformismo actual solo es la negación de cualquier posibilidad revolucionaria y representa la conciliación con el enemigo de clase. Recordemos a Chávez: “Solo el pueblo salva al pueblo”.

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