[OPINIÓN] La uberización de las luchas

Hace pocos días la empresa estadounidense Uber anunció que se retira de Colombia a causa de una resolución dictada por la Superintendencia de Industria y Comercio de ese país, motivada por una demanda interpuesta de la empresa de taxis Cotech S.A., que alegaba competencia desleal e ilegal.

Dicen las “malas lenguas” que el motivo real para que la regulación estatal decidiera prohibir el uso de la aplicación de transporte proviene de una negociación hecha entre el gobierno de Duque y el gremio taxista, en la que ese importante sector trabajador se negaría a participar en el Paro Nacional convocado en noviembre de 2019 a cambio de prohibir y sancionar explícitamente a la multinacional.

Llaman particularmente la atención las reacciones en torno a la salida de la famosa aplicación del mercado colombiano. Recientemente se ha creado una “red de apoyo a Uber” que se presenta como una iniciativa ciudadana para promover el uso de las plataformas digitales que prestan servicios variados; y es que ante la ineficiencia demostrada de las políticas y sistemas de movilidad públicos en las principales ciudades del país, no resulta raro que los servicios de transporte alternos hayan ganado una popularidad importante, pues ofrecen comodidad a bajo costo al mismo tiempo que supuestamente son garantía de trabajo digno para miles de personas “cabezas de familia”.    

El 11 de enero cientos de conductores se reunieron en las calles bogotanas para definir una agenda de manifestaciones venideras bajo la consigna “Uber se queda”. El argumento para defender tan firmemente a la empresa se sostiene en el reclamo de oportunidades de trabajo “más flexibles, independientes y variables”. Paralelamente, el escándalo en la farándula política colombiana no se hace esperar: el reclamo principal de reconocidas personalidades y de importantes organizaciones políticas y sociales, se encuentra en la supuesta arremetida del gobierno contra la “economía naranja” y el Tratado de Libre Comercio por “motivos políticos” (a causa del supuesto pacto entre el ejecutivo y el gremio taxista). Por otro lado, las usuarias y usuarios señalan mayoritariamente su apoyo a la multinacional en contra de la decisión de la superintendencia y de las empresas tradicionales de transporte público.

Uber por su parte es una de las 100 empresas mejor valoradas del mundo, pero en casi todos los países donde funciona ha recibido denuncias por evasión de impuestos, y ha sido multada en varias ocasiones por representar una práctica comercial engañosa e ilegal. Amenaza en este momento con una contrademanda al Estado colombiano.

Vale la pena preguntarse con detenimiento qué implicaciones profundas tiene un conflicto de este tipo en el momento actual, y es que los precedentes de demandas comerciales en el mundo no son pocos, pero lo que está sucediendo en el caso colombiano es un claro ejemplo de la reconfiguración del capitalismo en la economía global.

¿Por qué?

Una pugna entre una empresa de transporte privado (supuestamente apoyada por el Estado) y una multinacional tercerizadora, que deriva en un contundente apoyo de la población a la premisa del “autoempleo” sin cuestionamiento directo de la inestabilidad y desprotección laboral a la que se someten quienes se subordinan a empresas dueñas de plataformas móviles de prestación de servicios, es un triunfo inminente de la precarización del trabajo en el mundo. Las ganancias de las empresas crecen, los límites se desdibujan, la desafección con lo tradicional se incrementa.

La “economía de plataforma” esconde muy bien la trampa de la revitalización del capitalismo: Colombia hoy es un claro precedente de ello.

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